Hubo en esos 100 años amagos de independencia y de nacionalismo y se procuró priorizar los intereses de los ciudadanos por encima de los de las oligarquías sumisas a los intereses foráneos. No obstante, fuera de Cuba, todas las demás naciones, más temprano que tarde, sucumbieron al prepotente embate estadounidense. Fueron los militares el instrumento idóneo para ese servil proceder y, como todos sabemos, los regímenes militares surgidos de todos esos golpes fueron, además de sanguinarios y autoritarios, corruptos hasta el tuétano. De Castillo Armas a Pinochet, de Stroessner a López Arellano, pasando, claro está, por Onganía y Videla en Argentina, por Castelo Branco y Figueiredo en Brasil, por citar solo algunos casos, los militares actuaron como perros de caza para proteger los intereses de Estados Unidos y de las oligarquías criollas, que, incapaces de promover efectivamente el capitalismo, le han temido a la democracia con todas sus consecuencias.
En los últimos años, todas las baterías del Gobierno estadounidense se han enfocado en Venezuela. Las riquezas minerales de ese país son la razón primordial. Y de nuevo han encontrado aliados serviles en las oligarquías, que durante décadas han despilfarrado los recursos que el petróleo le ha proveído al país. No se salvan, es cierto, ni Chávez ni Maduro, incapaces de prever un modelo de desarrollo que permitiera sostener el combate de la pobreza y la independencia económica sin depender del petróleo, pero lo que a todas luces resulta cierto, lo que ningún analista serio puede obviar, es que el régimen de Maduro ha conseguido mantener el apoyo de amplios sectores de la población aun en las malas condiciones económicas de los últimos años.
Pero, siguiendo el viejo libreto de los golpes militares, los estadounidenses y sus representantes venezolanos han cifrado todas sus esperanzas de derrocar a Maduro en el Ejército venezolano. Sin embargo, lo sucedido en Caracas este 30 de abril puede interpretarse como el rotundo fracaso de esa estrategia. La escenografía golpista era completa, con civiles y algunos militares de baja graduación ostentando lienzos azules en el brazo, supuestamente para distinguirse de las tropas leales a Maduro, que no lo llevarían.
Solo que esas tropas nunca aparecieron para el combate y la escuálida artillería que Guaidó y López atrajeron no consiguió moverse para atacar al menos un cuartel, de modo que en las primeras horas sufrieron la deserción de sus supuestos combatientes. Mientras los oficiales de baja graduación se refugiaban en la embajada de Brasil, los soldados argumentaban haber llegado engañados y volvían a sus cuarteles.
Esta es la realidad de los hechos.
El líder que en la madrugada se fugó de su detención domiciliar y se soñó a mitad del día despachando en el palacio de Miraflores se acobardó y buscó refugio en la embajada chilena, primero, y luego, equivocándose de nuevo, salió de ella para hospedarse en la de España. De haberse quedado en la de Chile, cuyo presidente irresponsablemente estimulaba el golpe, habría conseguido el asilo que España, por su legislación, no puede darle en su delegación diplomática. La fuga a España la ha complicado él mismo.
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Ante el fracaso del golpe, los gobernantes estadounidenses han levantado toda una serie de falsas noticias, incapaces de aceptar públicamente su fracaso. Evidentemente, Guaidó y su gente son los más grandes fanfarrones de la política latinoamericana en estos tiempos, y Trump y sus seguidores, que presumen de sagaces, han apoyado ciegamente sus mentiras. Lo reconocieron presidente imaginando que su llegada triunfal a Miraflores era pan comido. Fracasaron. Armaron todo un circo demagógico con la entrega de una supuesta ayuda humanitaria. Fracasaron de nuevo. Y era tan grande su compromiso con los famélicos y desnutridos venezolanos que, al fracasar el ingreso triunfal de sus camiones, simplemente dejaron de intentar llevar esos alimentos, supuestamente indispensables y urgentes. Hoy la Cruz Roja se encarga de distribuir entre los más pobres los pocos alimentos que ha conseguido recolectar.
Pero el fracaso de este golpe de Estado no quiere decir que de hoy en adelante todo será miel sobre hojuelas para el pueblo venezolano. La intromisión irresponsable de la OEA ha llegado a tal cinismo que su liga menor, la que se apoda Grupo de Lima, ha dispuesto llamar a los militares a la insurrección y entregar el poder al chiquillo Guaidó. Solo falta que mañana llamen a los militares argentinos a impedir la llegada al poder de Cristina de Kirchner, a los mexicanos a derrocar a López Obrador o a los mismos peruanos a que liberen a la Fujimori.
En los tres meses que el imaginado presidente Guaidó lleva en su falsa función, apenas dos actos ilegales ha podido realizar: nombrar supuestos embajadores, que solo los Gobiernos más irresponsables han reconocido, y permitir la fuga de su socio y compañero Leopoldo López, a quien por cierto anuló como competidor, pues lo tendrá confinado en una embajada.
Venezuela vive sus peores momentos, pero no es con golpes militares ni provocando intervenciones militares como recuperará la calma y el progreso. Para ello es indispensable que Trump deje de tenerla como su juguete matinal y que los Gobiernos del mundo exijan que sean los venezolanos quienes resuelvan en paz sus diferencias. Aún es hora de que Europa toda y países serios como Canadá apoyen la propuesta de Uruguay y México.
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