Para esta historia y otras da la actual crisis. Lo bueno es que ha sacado de sus casas a muchos miembros de la hasta hace poco indiferente clase media urbana. Particularmente, siento que es bueno que hayan salido a las calles a manifestar su descontento y que sigan haciéndolo, a la vez que me siento un poco triste porque esta indignación (justificada, eso sí) haya sido solo por el dinero, y no por los asesinatos, las violaciones y tantas otras injusticias que a diario se viven en nuestro medio. La verdad es evidente: el dinero es lo que mueve el mundo.
Pues bien, esta crisis ha puesto al desnudo no solo la debilidad y la corrupción del Estado, de las instituciones, de los tres poderes, de las empresas, de los funcionarios, de las personas, sino también las grandes contradicciones en que vivimos. De todo ello es bueno que muchos expresen sus opiniones, que se busque información, que haya múltiples interpretaciones al respecto y que, ante la inminencia de las próximas elecciones, también se dé a los candidatos un mensaje contundente. La población está cambiando y ya no tolerará tanto abuso en silencio. Está empezando a reclamar sus derechos.
Como guatemalteca, me gustaría que las manifestaciones públicas y privadas, así como las peticiones de los distintos gremios y profesionales, dieran pronto sus frutos. Para empezar, quisiera que todos los implicados en la defraudación tributaria (del binomio presidencial —los dos, no solo ella— para abajo, incluyendo a los funcionarios y a las empresas y sus dueños) fueran juzgados, condenados y obligados, como mínimo, a devolver los bienes y el dinero obtenidos de manera ilegal. Si bien la renuncia y el enjuiciamiento de la vicepresidenta serían hechos catárticos para la población indignada, para mí no son ni serían suficientes. Intuyo que son la forma en que el presidente y su gobierno están tratando de librarse de su culpabilidad y dando un chivo expiatorio para calmar los ánimos.
Finalmente, quienes conocen cómo en el pasado han reaccionado las masas saben que eso quizá bastará para tratar de salvar lo insalvable, es decir, al presidente y al resto de roscas de corrupción que giran en torno a él y a su cargo.
Pero ahora solo estamos empezando. Tengo la fe y la confianza en que, con las manifestaciones de cada sábado, con la presión de los distintos sectores del país, con las acciones individuales y colectivas, con el apoyo internacional, pronto podremos encontrar el camino para proponer soluciones concretas y efectivas ante esta y las demás crisis que vivimos. Ojalá sea este el inicio de la construcción del país que necesitamos y merecemos.
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