Quizá ellas lo vivan de manera diferente, pero con los mismos efectos.
En pellejo propio sufrí mucho a los matones de barrio. Hoy sé que son seres enfermos, pero igual se les sufre. El matón (o matona) de barrio gusta del abuso a los demás y no tiene reparos en usar violencia verbal y/o física para lograrlo. Se la pasa metiendo miedo. Abusa, arrebata, roba y miente; hace lo que sea necesario para someter a la presa de turno.
En su modo de operación hasta le ponen fecha a la paliza que piensan darte (el otro viernes a la salida...) Y te torturan recordándola frente a los demás. Y de los observadores no esperes mucho. Están igual de atemorizados o no les importa. Les parece normal sufrir al matón.
Me tocaron varios matones de barrio en la escuela primaria y el instituto de secundaria. Me hicieron sufrir, esconderme, tomar vías alternas para ir a casa, andar cerca de profesores a la hora del recreo.
No me gustaba la pelea. Primero porque mi carácter no era violento, luego porque creía en el diálogo. Para empeorarlo, me tocaba ser el más chaparro o el segundo más chaparro de la clase. Víctima perfecta.
Curiosamente, aquellos matones aparecían y desaparecían de la escena. Un día de tantos quienes ya no llegaban eran ellos. La vida florecía de nuevo y el sol brillaría hasta que apareciera uno nuevo.
En cuarto año de bachillerato decidí no ser más una presa fácil. Ahí me topé con otro matón de barrio. ¿Se imaginan un pleito recio entre un bandolón y un ukelele? Eso.
No recuerdo ni por qué, pero cuando recibí sin razón, devolví. Fue la trompada a mano abierta más sabrosa del universo. Fuerte, contundente, sonora, en el blanco.
Parece no tener ningún sentido: caer en la provocación de una pelea sabiendo que no se puede ganar, que será doloroso y hasta humillante. Pero, cincuenta años después, sigo sintiendo la mano poderosa, la dignidad y la autoestima rescatadas, la esperanza viva. ¿Qué importa quién ganó, si terminé en un sanatorio médico o si me llevó días recuperarme? Para lo que vale (o sea: cómo me sentí a partir de aquello), gané.
Estos recuerdos se colaron por los vericuetos de la memoria al pensar en las elecciones generales que se avecinan.
El matón de barrio luce colosal. Tiene el monopolio de la fuerza, el poder económico, el control político, los árbitros comprados, los ases bajo la manga, el botón de la luz, las llaves del cofre del tesoro y el tesoro también, la calculadora, las respuestas del examen, el báculo de Moisés y el Cetro de los Tres Poderes.
El sentido común manda repliegue o retiro. No veo, entre punteros, alguna diferencia entre el gobierno actual y el compinche que lo relevará. El matón de barrio tiene la plaza comprada y ocupada.
Por esa razón ha surgido el run-run del voto nulo y del abstencionismo. ¿Para qué perder el tiempo en votar, si de paso se da elementos para presumir de legitimidad al proceso y al sistema?
Los argumentos en contra y a favor se han aireado lo suficiente y no voy a unirme a ese debate. Respeto esas opiniones y así me gano el derecho a que respeten las mías. Yo lo veo diferente, y quizá usted llegue a estar de acuerdo conmigo. Yo quiero quedarme con el gusto de haberle dado una cachetada al matón, aunque sé que no puedo ganarle. ¿Le cuento el plan? Quizá le interese.
Empecemos:
No se trata de una elección sola. Son ocho elecciones en cinco papeletas. Créame.
Estas son las cinco papeletas y sus colores:
Fuente: TSE
En la siguiente columna veremos las cinco papeletas y por qué representan ocho elecciones.
Analizaremos cada boleta y mediante árboles de decisiones (textualizados), exploraremos lo que podemos hacer en cada caso.
¡Nos vemos de nuevo en una semana!
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