La frase con la que iniciamos esta reflexión pertenece a un cuento clásico del gran escritor ruso León Tolstoi, un pequeño relato corto y conciso en donde el autor opina sobre lo que considera es el origen del mal, con el resultado arriba expuesto. Durante muchos años, la sociología y la biología han entablado un acalorado debate al respecto: ¿el mal es producto de las influencias sociales, y por lo tanto, nace de la naturaleza humana como opina Tolstoi?, o por el contrario, ¿el mal se origina en los genes, por lo que habrían personas predispuestas por naturaleza a obrar mal?
Sobre ambos puntos de vista existen autores serios que argumentan al respecto. Por ejemplo, el libro de Richard Dawkins, El gen del mal, concluye que el mal reside en nuestros genes, pero al final, podemos decidir si seguir sus orientaciones o cambiarlas en nuestra cotidianeidad: «Tratemos de enseñar la generosidad y el altruismo, porque hemos nacido egoístas. Comprendamos qué se proponen nuestros genes egoístas, pues entonces tendremos al menos la oportunidad de modificar sus designios, algo a que ninguna otra especie ha aspirado jamás». Otros argumentos a favor de la influencia de los genes provienen de un programa televisivo: el canal ID se dedica a recrear los peores crímenes de Norteamérica, y frecuentemente toma como hilo conductor el tema del origen del mal. Títulos como Vecino Asesino, Asesinatos en Familia, o Cuando el mal se disfraza caracterizan algunos de esos enfoques que se plantean de forma regular. En varios de esos episodios se sugiere que el mal se origina del pasado de los criminales. Historias de maltrato familiar, donde el padre, la madre o algún otro familiar o amigo cercano a la familia, han ejercido una influencia decisiva sobre la maldad que se ejerce posteriormente. Sin embargo, frecuentemente también aparece el caso contrario: criminales nacidos en las mejores y más respetadas familias, en donde prevalece el amor, la comprensión y donde no ha hecho falta nada, materialmente hablando, y donde es difícil imaginar cómo pudo crecer la influencia del mal, a menos que sea parte de la herencia particular del mismo criminal.
La filosofía ha coincidido reiteradamente con Dawkins cuando afirma que el origen del mal nace de la privación. Gottfried Wilhelm Leibniz, por ejemplo, plantea que el origen del mal proviene de la privación, mientras que Platón en su cuento «El anillo de Giges» plantea una situación similar a la que argumenta la trilogía del Anillo de Poder: un artefacto mágico que vuelve invisible a quién lo porta y que le alienta los peores deseos nacidos de la impunidad –la invisibilidad favorece que quien lo porte, no sea individualizado en la responsabilidad de sus actos–. Platón lo afirma en esta frase: «Demos a todos, justos e injustos, licencia para hacer lo que se les antoje y después sigámosles para ver adónde llevan a cada cual sus apetitos. Entonces sorprenderemos en flagrante al justo recorriendo los mismos caminos que el injusto, impulsado por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad». Conclusión devastadora sobre la naturaleza del ser humano, porque presupone que la naturaleza del ser humano es la que provoca el mal, tal como afirma Tolstoi.
Al final de la discusión, parece que el origen del mal proviene tanto del influjo de los genes –hay personas con predisposición mayor a cometer crímenes y ejercer el mal–, mientras que, en otros casos, es la decisión de cada uno ir por el camino de lo fácil, lo cómodo o lo prohibido. La combinación de predisposición y el influjo del entorno social y material de cada uno, entonces, es lo que explica muchos actos deleznables cometidos por los seres humanos. En el fondo, la idea central es que nadie está exento de inclinarse hacia el lado del mal, como afirma Phillips Zimbardo en su famoso libro El efecto Lucifer. «El progreso moral del hombre singular y de la humanidad no está en modo alguno garantizados: ambos viven en la dialéctica de la elección. En estos momentos en que ciertos líderes narcisistas encienden la mecha del odio al diferente o hacen caer sobre él la culpa de los males que a tantos atenazan –el paro, la precariedad o la incertidumbre por el futuro–, hemos de estar vigilantes frente a regresiones morales, alzar nuestra voz y ejercer nuestro derecho de voto cuando seamos llamados a las urnas en favor de aquellas opciones que mejor representen los ideales del progreso moral» como explica Luis Suarez Marino>
Como dice Zimbardo: «La línea entre el bien y el mal es permeable y casi cualquier persona puede ser inducida a cruzarla cuando se ve presionado por las fuerzas situacionales».
Más de este autor