Al final, como suele suceder con estos entramados, si la ideología y la unión carecen de un cimiento bien armado el inesperado final llega, impulsado por la mediocridad del alto mando. Asistimos a la caída de los liderazgos históricos en el eferregismo, el panismo-unionismo, y el uneísmo fundado por Álvaro Colom y capturado por su exesposa y conductora de los programas sociales. La experiencia en el mundo bien habla de la rutinización del carisma, en donde el estado mayor administrativo es el responsable del ocaso, provocado en parte por un acomodamiento de los altos puestos del grupo y los cambios, ya sea de quiebre revolucionario o de restauración conservadora. Un camino menos cruento podría ser el de un manejo gradual e inteligente, con líderes racionales a la usanza occidental del concepto.
La gestión del poder se desenvuelve con base en individuos talentosos y ambiciosos que circulan con las élites. Unas veces se necesita de leones para liderar el orden, pero una buena parte del tiempo se requiere de zorros, es decir, de talento y convicción, y pienso que deben ser poseedores de una buena oratoria, que en estos tiempos se difunde hasta en medios como Tik Tok, Instagram, Twitter y otros por el estilo.
Las elecciones de 2023 han terminado con la insignia, primero del riosmontismo –abanderado por Efraín Ríos Montt–, segundo por el unionismo de Álvaro Arzú, y tercero por lo que quedó luego de Álvaro Colom, y que se podría etiquetar como «sandrismo«. Estos ismos nos trajeron primero esperanza y novedad de cambio, segundo alta inequidad mostrada por el enriquecimiento de sus herederos y primeros anillos de poder, y tercero, decadencia. Era tal la confianza en el triunfo que Alejandro Giammattei se atrevió a lanzar al partido Vamos, con la creencia de que una final entre los mismos los llevaría a la continuación de los privilegios.
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El dominio de estos personajes comienza en 1974, cuando un Frente Nacional de Oposición Civil pone la lupa en un General que por su comportamiento fuera del rebaño divisaba señales de cambio luego de un período difícil y de égida del militarismo que venía dominando la esfera del poder público desde la contrarrevolución de 1954. El pasado, como vemos, va teniendo sus conexiones al punto que podríamos remontarnos hasta tiempos de la colonia para indagar en nuestros rezagos, taras, complejos y potenciales.
Hoy los resultados son preocupantes: Guatemala ocupa la posición 127 de 189 países en el Índice de Desarrollo Humano, con una calificación de 0.663 que es la más baja de América Latina. Cuenta además con uno de los peores cocientes intelectuales del mundo. Es el primer lugar en desnutrición crónica de América Latina y sexto del mundo. Y que conste que tales indicadores promedio se complican al abordar el altiplano guatemalteco, las verapaces y regiones surorientales de Chiquimula y áreas aledañas. Los resultados de ese liderazgo que hoy fenece están entonces a la vista.
El martes, la población votante mayoritaria amaneció con alegría por esta histórica fisura, al menos en el poder Ejecutivo, que caminará los próximos diez días con secretividad para presentar este 1 de septiembre en el Congreso de la República el anteproyecto de presupuesto 2024, que debiera llevar en su seno diversas orientaciones del plan de gobierno del Movimiento Semilla. Es así como una larga transición de 146 días espera a Bernardo Arévalo.
El futuro de estos meses es difícil de predecir, como también lo es el año 2024 en los campos de la institucionalidad y el cumplimiento con resultados de abundantes promesas de campaña. Es difícil hacer gobierno en esta era del Tik Tok y de la comunicación inmediata y abundante. En una reunión reciente que sostuvo este escribiente con los protagonistas de las encuestas previas a la segunda vuelta bien se nos dijo que el señor Mulet perdió su entrada en la segunda vuelta electoral por metidas de pata tiktokeras de último minuto. Varios atribuyen la pérdida de Sandra Torres, entre otros factores, al lastre provocado por su pintoresco e inexperto pastor candidato a la Vicepresidencia.
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