Ese discurso es propio de personas que ni siquiera conocen los documentos que contienen los derechos humanos, ni la historia de las luchas civiles para conquistarlos.
En la mencionada publicación se explica que, en medio de las dificultades de la época actual, hay conquistas invaluables e inapreciadas que existen porque personas entregaron hasta su vida para conseguirlas. La jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagadas, los bonos de ley, la indemnización universal, el derecho a organización, la licencia por maternidad (tan solo en el tema laboral), son conquistas que no se consiguieron de forma espontánea ni por generosidad patronal. Hoy es fácil despotricar contra los derechos humanos de otros al tiempo que consideramos inalienables y merecidos a los nuestros. Lo que en realidad existe, dijimos, es corrupción en toda la cadena de aplicación de la ley, y eso hace que no exista justicia ni protección a la ciudadanía honesta porque los criminales conocen muy bien las tuercas y tornillos para retorcer la ley. En vez de emprenderla contra ellos, culpamos a los derechos humanos en general.
Quedó pendiente la respuesta a ¿qué pasa si por hacer valer los derechos de otros, atropellan los míos?
Esto seguirá siendo motivo de división y disputa apasionada.
Posiblemente la pregunta le evoque el escenario de manifestaciones públicas con bloqueo de las vías de transporte.
Hay que decir (y reconocer, si hemos de arreglar algo) que existe el derecho constitucional de reunión y manifestación (artículo 33) y el derecho a la resistencia (artículo 45).
Lo anterior no es gratuito. Viene con una condición en el artículo 158. En pocas palabras, no se debe alterar el orden público (el ejercicio de mis derechos no debe afectar el de otros, como el de la libre locomoción, consagrado en el artículo 26).
Si las cosas son claras y normadas ¿por qué los conflictos? Porque no hay Estado de Derecho y se exige el cumplimiento de la ley solo cuando favorece nuestros intereses. La ley y los derechos son violentados en todas partes.
En un país civilizado, existen mecanismos de representación (verdaderos partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil) y diálogo para solucionar conflictos.
Pero el sistema obstruye las vías de defensa de los derechos, ignora las quejas y los problemas y gobierna solo para su beneficio. Si los mecanismos institucionales y legales para resolver conflictos no funcionan, termina imperando la desesperación y las medidas de hecho que tanto nos afectan y molestan.
Agreguemos el asunto de la doble moral. Si protestan los campesinos, se alegan altos daños económicos. Pero si lo hacen los exmilitares, hay que ser tolerantes. Ellos pueden prender fuego al Congreso (terrorismo) y no hay detenidos ni investigación conocida. Pero la mujer que pintó las paredes (de lo que no queda prueba), es persistentemente perseguida y acusada. ¿Cuál es el rasero? Esas actitudes generan violencia.
Siendo así las cosas, dejemos de servir justicia al gusto del cliente y comprometámonos a construir una verdadera democracia.
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