Hay una creciente tendencia en algunos analistas políticos a generar críticas tan supuestamente devastadoras al sistema democrático guatemalteco, que pierden de vista sus bondades, con lo que cometen el usual error de tirar al niño con el agua sucia: terminan concluyendo de una forma aparentemente muy sesuda, que ya no vale la pena pelear dentro de los cánones democráticos, con lo cual dejan libre el camino a todos los actores que han gobernado Guatemala desde hace décadas.
Si la conclusión es que ya no podemos hacer nada, la ciudadanía tenderá a desmovilizarse o a votar con las mismas tendencias de siempre: validará, sin esperanza alguna de cambio, las opciones dominantes, con lo cual los gobernantes electos tendrán formalmente un respaldo social del cual jactarse constantemente. Jimmy Morales, por ejemplo, en un acto de cinismo político, se jactaba siempre de ser el Presidente más votado de la historia de Guatemala, algo que aunque puede ser debatido ampliamente, es cierto en el nivel formal: no podemos saber con certeza cuántas de esas personas votaron realmente por apoyar a Morales o, en su defecto, por intentar evitar que llegara Sandra Torres, la otra candidata que había pasado a segunda vuelta en ese proceso electoral. La conclusión, por lo tanto, le daría la razón a tan cínico y nefasto personaje, aspecto que explicaría por que se apresta tan confiadamente a volver al ruedo político, esta vez, intentando obtener una curul en el Congreso de la República.
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Si la ciudadanía no tiene esperanza de cambio, seguirá actuando por interés, por decepción o por temor, para evitar que llegue una opción que considera amenazante, tal como ha ocurrido sucesivamente en 2015 y 2019: el antivoto que acarrea Sandra Torres ha puesto sucesivamente a dos presidentes cada vez más nefastos: Jimmy Morales y Alejandro Giammattei. Los analistas que profetizan el desastre electoral, por lo tanto, parecen ser los mejores defensores del pacto de corruptos, al propagar por doquier la semilla de la decepción y la desesperanza. Sería mejor que abiertamente abogaran por los candidatos prosistema; al menos así serían mas coherentes y directos con su mensaje.
Por supuesto, tampoco hay que propagar una esperanza sin sustento. Eso sería igualmente nefasto, ya que provocaría una receta segura para una mayor decepción y desesperanza. En su defecto, hay que ubicarse en el nivel de cada ciudadano y motivarlo a recuperar la sensatez a la hora de votar. Formalmente, el resultado electoral resulta de lo que piensan simultáneamente los ciudadanos en el momento del voto, por lo que si todos se movilizan con la consignas adecuadas, el día de las elecciones puede surgir una grata sorpresa: ocurrió en Chile en 1988, cuando los que apoyaban el continuismo de Pinochet estaban tan confiados en su victoria, que no previeron su sorprendente derrota. Más recientemente, ocurrió en Honduras: los partidarios de Juan Orlando Hernández pensaban que tenían todas las de ganar; incluso, en los sectores sociales prodemocracia los pronósticos antes de las elecciones del 2021 eran sombrías, pensaban que iba a triunfar el continuismo. Pero Xiomara Castro había sabiamente articulado su campaña en torno a movilizar la esperanza, así como los opositores de Pinochet habían movilizado la capacidad de soñar de los chilenos en 1988.
La historia de la humanidad está repleta de experiencias que demuestran que cuando se moviliza la fe y la esperanza, cuando se deja a la ciudadanía soñar con futuros mejores, aún cuando la realidad sea profundamente desigual y amenazante, un cambio es posible. Los defensores del Ghetto de Varsovia lo saben bien: se enfrentaron al mejor ejército de ese momento, en condiciones materiales evidentemente desiguales. Sin embargo, durante semanas mantuvieron la resistencia, ante la sorpresa de los invasores. Al final, fueron derrotados, pero dejaron un ejemplo luminoso de valor y de fe que aún se recuerda, al punto que se puede decir que, aunque fueron derrotados, realmente se alzaron con el triunfo: «Es posible decir que los combatientes de los guetos perdieron la batalla, pero ganaron la guerra» Jaika Grosman. Moraleja: No hay que desestimar el poder que la esperanza y la fe tienen para transformar realidades que parecen imposibles de cambiar.
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