Pero el mimetismo al que yo me refiero es diferente. Se trata de esa condición de camuflarse bajo un disfraz de bien con el único propósito de perpetuar el mal. Esa condición no está relacionada con los animales y las plantas sino únicamente con el ser humano.
Son muchos los disfraces de bien y de bondad que nuestros gobernantes, unos detrás de otros, han usado en nuestro país para medrar en detrimento del Estado y de la población. No pocas veces se han embozado de muy buena manera, otras, como está sucediendo en este momento, ese autoencubrimiento no va más allá de ilegalidades y vulgaridades que llamaban a risa primero y ahora están convocando a la ira y a la irascibilidad del pueblo.
Nada grato es el contexto porque bien reza un dicho popular: «No hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante». Y ese «…ni enfermo que los aguante» ha disparado las alertas de la comunidad internacional que, ante los últimos sucesos acaecido en el orden político en Guatemala, se han pronunciado ya para preservar la democracia que está trastocando (y ha trastocado desde siempre) el Pacto de Corruptos. Sí, esas pocas personas (atrincheradas en sus sumideros) que se han disfrazado de legalidad, moralidad, bonhomía y de heroísmos fatuos para hacernos creer que somos una sociedad impelida por los vientos de la bonanza gracias a sus ascendientes y a ellos.
Analicemos dos situaciones que defenestran ese barniz. Una corresponde a la situación de salud en Guatemala, otra, al incremento de la pobreza.
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En cuanto a salud respecta, el 5 de mayo 2023 la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia internacional relacionada con la Covid-19. Es decir, se declaraba el fin de la pandemia sin estar los seres humanos exentos de los riesgos de la enfermedad[2]. Bien, evolucionó la crisis como muchas otras pandemias (incluido su mal manejo por parte del gobierno), pero, antes de cuatro meses, el 31 de agosto 2023, el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social declaró Emergencia Sanitaria Nacional, por un plazo de tres meses, a causa de una epidemia de dengue[3]. Muy afectado está, por cierto, el departamento de Sacatepéquez, una de las regiones que más turismo nacional e internacional atrae.
Pregunta necesaria: ¿cómo fue posible que se nos metiera hasta la cocina una epidemia relacionada con una enfermedad absolutamente prevenible? ¡A tan solo 3 meses y 26 días de haberse declarado el fin de la pandemia de Covid-19! Conste, la situación no es halagüeña.
En cuanto al incremento de la pobreza, ¿ya se percataron los lectores de la sustancial diferencia entre la canasta básica alimentaria y las diferentes escalas del salario mínimo? Sin embargo, se sigue manteniendo un discurso desde los sumideros de los camuflados, relacionado con una supuesta economía pujante.
Los cambios son necesarios. Se vienen porque ya hubo un cambio generacional y lo que no pudo realizar una o dos generaciones inmersas ya en la gerontocracia, lo hará una juventud que, a diferencia de las anteriores, es mucho más informada y mucho más ilustrada.
Resistencias habrá. Las hay incluso en instituciones que han sido un referente académico y social. Sucede que, esa voz que grita «¡aquí mando yo!», se resiste —muchas veces desde nuestras conciencias— a ceder ese poder que hemos detentado en beneficio propio y detrimento de los demás.
Gracias a esas nuevas generaciones, informadas y sabidas, el mimetismo del mal se está cayendo en Guatemala.
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