Pero sucedió todo lo contrario. Macri, uno de los más grandes millonarios de su país, comenzó a endeudar a la Argentina con dólares que, antes de llegar, ya volaban para otras plazas en una fuga de capitales nunca antes vista. No llegaron los inversores extranjeros, y el dinero prestado simplemente encareció la vida de los argentinos. En apenas cuatro años la derecha argentina ha puesto el país al borde de la quiebra. Hoy se realizan elecciones, en las que Macri busca ser reelegido con el discurso de que lo peor ya ha pasado y de que los próximos años con él sí serán de bonanza. Mentiras y más mentiras, dice su opositor Alberto Fernández, a quien muy probablemente los mercados recibirán con una baja aún mayor que el peso y la fuga más exagerada de divisas que un país moderno haya visto.
Puede que lo acusen de fraude, como las derechas escandalosas lo hacen ya en Bolivia. Si bien todas las encuestas vaticinaban el triunfo de Morales —el indígena boliviano, no el actor mediocre guatemalteco—, sus opositores insisten en gritar fraude, teniendo para ello a mano los megáfonos de la OEA y de los Gobiernos serviles a los intereses de las oligarquías. Ya se acusa a Evo de descomunales crímenes contra la humanidad por la represión de las movilizaciones reaccionarias, pero nada o casi nada se dice de la irresponsable guerra que Piñera le ha declarado públicamente al movimiento social.
Las pantallas de los televisores ponen sus ojos en Bolivia, pero transmiten apenas segundos de la inmensa y pacífica movilización chilena de este viernes 25, de la cual, según medios independientes y aun el mismo Gobierno chileno, se dice que llegó a concentrar a más de un millón de personas.
Los votos por Fernández en Argentina y por Morales en Bolivia, así como los cientos de miles de personas que en Ecuador y Chile se han movilizado para exigir cambios profundos al modelo de acumulación evidente y prolongadamente excluyente, no están siendo financiados por Cuba y Venezuela, como el gerente neoconservador de la OEA ha salido a pregonar en coro desafinado con Piñera y Bolsonaro. Son las voces y opiniones de pueblos que han tomado conciencia de sus derechos y del incumplimiento de ellos.
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En la violencia inicial en Chile, como en casi todas las movilizaciones en las que grupos radicales causan estragos y daños en bienes privados y públicos, no está la mano siniestra de los cubanos. Está la rabia contenida por décadas de marginación y olvido. Está la desesperación por ser escuchados y escuchadas, como sucedió hace dos meses en México con la marcha feminista de la diamantina y más recientemente con las bastas y multitudinarias movilizaciones ecuatorianas y chilenas. Controlar el orden sin violentar a los que protestan es la obligación de los Gobiernos, sea en Venezuela, Bolivia, Chile, México, Ecuador o Argentina.
Los últimos acontecimientos regionales llevan a imaginar un corrimiento del péndulo político a la izquierda. Tanto Moreno (curiosamente llamado Lenin) como Piñera, engreídos y obnubilados por el supuesto auge y consolidación del neoliberalismo en la región, dispusieron castigar a sus habitantes, pero olvidaron que años de democracia y de conquistas sociales han dejado un sedimento en la conciencia de los ciudadanos, que, por lo demostrado, ya no están dispuestos a aceptar con la cabeza agachada y en silencio la marginación y la exclusión.
Ambos, como Macri en Argentina, han demostrado con la mayor claridad que las derechas neoliberales son incapaces de gobernar para el beneficio de todos. Con infantil ignorancia, asesorados por publicistas que saben de jabones y de autos, pero no de demandas sociales, llaman despectivamente a las demandas y promesas de inclusión de populismo sin entender que la democracia es el ejercicio y la aplicación de la ley para todos, ausente cuando la mayoría de los ciudadanos, o muchos de ellos, no tienen las condiciones mínimas para competir en igualdad con los demás.
Las élites económicas piden rebaja de impuestos, incremento de los precios de los servicios públicos y de los combustibles, sin llegar a entender que, si ellos obtienen ganancias fabulosas, que inmediatamente trasladan al extranjero, es porque han dejado de pagar lo debido a quienes diariamente hacen posibles esas ganancias.
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Las derechas, particularmente las latinoamericanas, no han llegado a entender que educación y salud, en toda la amplitud de su significado, son derechos de todos y de cada uno de los ciudadanos, y no simples mercancías expuestas al mejor postor. Que el transporte público, en el caso chileno, y los combustibles, en el caso ecuatoriano, no son un lujo, sino servicios necesarios para, precisamente, mantener los niveles de ganancia de las élites. Aumentar el precio de unos y de otros implicaría, objetivamente, que los sueldos y salarios aumentaran en igual proporción.
En Ecuador, el Gobierno ha tenido que dar marcha atrás, aunque aún existe desconfianza por el cumplimiento pleno de esto. En Chile estamos, muy posiblemente, a las puertas de transformaciones profundas en la cobertura social y el combate de la pobreza. En Argentina puede que, de arrasar en las elecciones, el nuevo gobierno salve al país del hundimiento. Es de esperar que, en lugar de insistir en desestabilizar a los Gobiernos de Venezuela y Bolivia, las derechas no solo respeten los procesos, sino que también entiendan, de una vez por todas, que ya no estamos en el siglo XIX, cuando la población no tenía conciencia de sus derechos ciudadanos.
Cómo se reflejará todo esto en la desfachatez, la incapacidad y la corrupción de los narcogobiernos de Guatemala y Honduras es algo que no debe dejarse pasar por alto. Si los cerrojos de la cárcel parecen estar cayendo para recibir a Juan Orlando Hernández en Honduras, no se vislumbra igual suerte para el pacto de corruptos capitaneados por Jimmy Morales. Pero todo puede cambiar en fracción de semanas.
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