No hay que perder de vista que, bajo el pretexto de una visión estrecha y autoritaria del mundo, los corruptos y corruptores han secuestrado, desaparecido, torturado y asesinado para ocultar su único objetivo: enriquecerse de manera ilegal e ilegítima.
La denuncia de Torres de que el reciente listado de corruptos a quienes se impide el ingreso a bancos y la adquisición de bienes en Estados Unidos es una farsa del Departamento de Estado pone sobre la mesa que en Estados Unidos, como en Guatemala, las fuerzas democráticas y progresistas de derecha e izquierda enfrentan quizá al más nauseabundo y peligroso enemigo: las ultraderechas, que, además de autoritarias y sanguinarias, son falaces y demagógicas, eficientes engañabobos en épocas de falsa pero creíble propaganda.
El listado simplemente sanciona a los que en Guatemala, El Salvador y Honduras ya están tras las rejas o sujetos a una larga persecución judicial, como el caso de la exmagistrada Blanca Stalling, lo que permite a los corruptos y asesinos en activo recorrer bancos estadounidenses y adquirir lujosos bienes en ese país, todo bajo la protección de esa ultraderecha que, más que un grupo político, es una amplia mafia enquistada en el poder público de ese país norteamericano.
La lista es la más patética evidencia de que al actual gobierno estadounidense no le interesa la calidad de los gobernantes en su vecindario. Ni siquiera trata de guardar las apariencias o de mantener algunos principios básicos de la democracia. Los aliados, mientras más corruptos y dictatoriales, mejor, ya que de esa manera los tendrá más que chantajeados para servirle de borregos.
Pero la crítica de la representante Torres permite ver también que no todo lo que es gringo es ultra y que, si queremos transformar la situación económica, social y política de Guatemala y de Centroamérica, tenemos que construir alianzas en todas partes, y no solo ir a misa con los convertidos.
Norma Torres no forma parte del ala izquierda del Partido Demócrata, como sí lo hacen Rashida Tlaib y Alexandria Ocasio-Cortez. Sin embargo, tiene claro que en países como el nuestro la corrupción es un lastre para el desarrollo, y ya no digamos para uno con equidad. Por eso su denuncia es más contundente y útil.
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El golpe de Estado, supuestamente incruento, que el régimen efecenista está dando en Guatemala tiene la cobertura y la protección de la ultraderecha corrupta estadounidense, como las han tenido el encarcelamiento de Lula y la elección bochornosa de Jair Bolsonaro en Brasil. Como las tienen todas las derechas neofascistas de Europa y del mundo. Así, como es válida e importante la alianza que el moribundo chavismo pueda hacer con el Gobierno ruso, también lo es el apoyo que a la centroderecha chapina le pueda dar su homóloga estadounidense.
En esta elección no solo nos jugamos la participación de Thelma Aldana, sino también las posibilidades de mantener las pequeñas pero significativas conquistas democráticas ganadas a lo largo de estos nada fáciles años posteriores a la firma de la paz.
Quien nos diga que tenemos que ir al todo o nada, que en estas elecciones no tenemos opciones o que cualquier relación con las autoridades y los políticos estadounidenses es hacerle el juego al imperio no ha llegado a comprender la trascendencia de los errores cometidos por los revolucionarios en todo el siglo XX. Mientras no se tenga la amplia y consciente participación de las masas, la alianza con sectores medianamente progresistas de la burguesía son indispensables, como lo es sumar paso a paso reformas que hagan un poco menos injusta nuestra sociedad. El estalinismo se forjó encima de los cadáveres de los mencheviques ¡y dio en lo que dio!
La representante Torres nos da elementos para insistir en que los corruptos y neofascistas, que al fin de cuentas son caras indisolubles de una misma moneda —de Jimmy Morales a Trump, de Juan Orlando Hernández a Benjamín Netanyahu—, se imponen en el mundo porque los demócratas y progresistas no hemos sabido unir nuestras fuerzas tratando de poner por delante las coincidencias y dejando de lado, temporalmente, las diferencias.
En estas elecciones nos jugamos mucho más que en las de 2015, pues Jimmy Morales ya cavó la zanja donde la ultraderecha neofascista, restauradora del carrerismo, espera enterrar las escasas conquistas democráticas obtenidas en estos tortuosos años de inicios de siglo. De cómo nos posicionemos y movilicemos en estos meses dependerá mucho el futuro de nuestros nietos.
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