No existen recetas efectivas ni soluciones rápidas. La situación actual respecto a la pandemia parece haber tomado un giro más radical en los últimos días. Se vea por donde se vea, da la impresión de que un círculo de horror, que podría tener varios rostros, empieza no a cerrarse, sino a hacerse cada vez más expansivo.
De manera independiente a las opiniones que a estas alturas se mantengan o no sobre las vacunas, para la mayoría de la población de clase media urbana para arriba esta es, con todos sus posibles efectos colaterales, la única alternativa viable para frenar un poco la fuerza del covid-19.
Hay una paranoia generalizada respecto a las vacunas. Unos, por conseguirla a toda costa, se lanzan a peregrinajes que no alcanzan su objetivo cuando van de uno a otro centro de vacunación y llegan tarde a todas partes. Otros, mientras tanto, se desplazan a Estados Unidos o a Tapachula en una carrera no solo por salvaguardar la salud, sino también por, de alguna forma, evidenciar que se posee el estatus para hacerlo.
Ante el desorden estatal generalizado, las restricciones políticas y demás, para conservar un poco la estabilidad emocional toca, más que nunca, una ética del autocuidado, es decir, protegernos y a la vez proteger a quienes están a nuestro alrededor.
¿Cómo hacerlo? En la medida de lo posible, salir solo cuando sea estrictamente necesario, lavarse con frecuencia las manos, aplicarse alcohol y también usar la mascarilla cuando se esté en compañía de otras personas y no se sepa con certeza (y para los más aprensivos, incluso sabiéndolo) si estas están contagiadas o no. También se debe guardar la distancia establecida. Si bien es cierto que el virus se traspasa luego de varios minutos de charla, hay algunas personas que son más propensas que otras y entonces corresponde ser cuidadosos.
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Es importante, asimismo, tratar de mantener una alimentación sana y una actitud positiva, libre de miedo ante el posible contagio. Pero libre de miedo no significa ser temerario o desafiante ni creer que solo porque se dice se está libre del contagio. Significa, sobre todo, ser consciente de que, si se guardan las medidas sanitarias estipuladas a cabalidad, la posibilidad del contagio es prácticamente nula. En pocas palabras, una mínima ética del autocuidado.
En las calles, en los centros comerciales, en los restaurantes, en los sitios de recreación y de esparcimiento, en los cines, no obstante, se observa otra actitud, sobre todo en cuanto al no distanciamiento y al uso de la mascarilla. Tal vez se considera que, si de todas formas se morirá y al parecer pronto, lo mejor es gozar de la vida lo más que se pueda en una avalancha desenfrenada de consumismo. Al fin y al cabo, entre otras actitudes, también ha prevalecido la de un poco de desprecio por la vida propia y por la ajena, una actitud un tanto suicida.
El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo hace unos días que, en realidad, «la pandemia terminará cuando el mundo decida acabar con ella», que «está en nuestras manos» (Semana, 21 de julio de 2021), que es como decir que no acabará nunca. Por ello la economía debe seguir y debemos acostumbrarnos a la nueva normalidad. Digamos que está bien, pero entonces no podemos dejar de preguntarnos qué sentido tenía tanto alboroto inicial, cuántos intereses económicos y de otra índole hubo y sigue habiendo en el trasfondo tanto a nivel mundial como a nivel nacional.
¿Por qué se dieron las acciones iniciales y para qué? Como simples ciudadanos de a pie, ¿qué lecciones individuales y colectivas hemos aprendido y aún nos falta aprender?
Ahora, solo depende de cada uno.
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