Ha surgido, sin más provocación que la visión de la catástrofe, la solidaridad en soledad. No es la egoísta caridad, aquella que nos hace sentirnos bien cuando, desde nuestra área de confort, apoyamos y ayudamos al otro con la perspectiva de un premio en esta o la otra vida. Solos, o apenas rodeados de nuestros más próximos, intentamos no contagiarnos y no contagiar a los demás. Salvamos al más propenso a grandes daños con el contagio evitando aproximarnos. Nos desespera el encierro involuntario, mas, aparte del normal temor, nos sentimos parte de un colectivo que busca, cooperativamente, evitar mayores males y tragedias.
Pero es evidente que no todos actuamos estimulados por los mismos motivos, como los Gobiernos no están respondiendo de igual forma al embate furioso e indiscriminado de la enfermedad. Detectar con prontitud y celeridad el contagio para aislar a todos los que han estado próximos y así evitar su mayor difusión es la tarea, que ha sido imposible cuando los contagiados son miles.
Es una gripe como cualquier otra, claman los que, como Jair Messias Bolsonaro en Brasil, son voceros y operadores gubernamentales del gran capital. Es una conspiración del capital internacional en una guerra de quinta generación, dicen los gurús del conspiracionismo encerrados en su casa. Es la maldición de Dios por las satánicas aprobaciones del aborto legal, dicen otros. Sin evidencias pregonan sus mitos en redes sociales y en medios de comunicación tratando de satisfacer aviesos intereses y de ocultar sus temores.
Luego de la sacudida mortal en China, desde donde no se ha presentado una sola evidencia de que el virus haya sido producido en laboratorio, el contagio se ha desperdigado por todo el mundo y ha puesto en crisis a las grandes economías. O toda la población se encierra voluntariamente y reduce así su capacidad productiva o se la encierra por orden gubernamental y se causan iguales daños económicos. Dejar que la enfermedad se esparza sin control, como propone el presidente brasileño, no salvaría la economía, pero sí crearía una sensación de caos y pánico ante la multiplicación exponencial del contagio.
[frasepzp1]
Para impedirlo, Italia, España y Francia han emitido disposiciones legales para reducir al máximo la circulación de personas y así evitar el contagio. Pero este ha continuado y ha cobrado la vida de miles de personas en muy poco tiempo. Los avaros, como el presidente del banco de Brasil, afirman que la vida no tiene «valor infinito» y que es necesario salvar la economía aunque mueran algunos, con lo cual se oponen drásticamente a las medidas de reclusión doméstica.
Algunos Estados con sistemas de salud pública destruidos por anteriores administraciones han apelado a esa solidaridad en soledad, como el caso argentino, que estableció normas rígidas para el tránsito de personas, pero también mecanismos de compensación económica para los que, sin recursos, si no trabajan hoy no comen. En El Salvador, el Gobierno fue más a fondo y, desoyendo el lloro del gran capital local, ha establecido mecanismos de apoyo a quienes más afecta la contracción de la economía.
Otros Gobiernos han optado por medidas menos drásticas. México y Suecia son, en este sentido, dos claros ejemplos. En México, con 475 contagios oficiales y 6 muertes, el gobierno de AMLO se resiste a establecer restricciones laborales básicamente porque la economía mexicana, atacada por todos lados, no logra entrar en fase de crecimiento al haber sido afectada drásticamente por la caída reciente de los precios del petróleo. Suecia, con 2,016 contagiados y 26 defunciones, aunque con su economía mucho más estable, también la ha visto tambalear en los últimos meses, como lo evidencia la devaluación significativa de su moneda en el último medio año. México se arriesga a un caos en la salud pública si el virus se disemina tan fuertemente como en España e Italia. Suecia ya piensa en ello, por lo que intenta paliar la situación preparándose para una masificación de contagios estableciendo hospitales de campaña.
Pero las situaciones sociales en los países son marcadamente diferentes si se considera a las principales víctimas mortales a causa del contagio, los adultos mayores de 70 años. Notorio es que en Italia, como en China, la tradición de la familia extendida hace que abuelos y nietos convivan bajo un mismo techo. Laborando o circulando socialmente estos o sus padres, el contagio fue masivo, aunque muchas veces no detectado, de modo que se tuvo como víctima fatal al más viejo de la familia. En España la situación es similar, con el agravante de que, habiéndose privatizado los asilos de ancianos, las muertes se dieron por decenas entrado el virus, ya que las empresas que los administran han priorizado la ganancia sobre el bienestar de sus huéspedes.
[frasepzp2]
Suecia tiene una situación diferente. El proceso de privatizar la atención a los adultos mayores redujo opciones para ingresar a asilos, lo que hizo que estos prefirieran quedarse en sus casas, donde los asiste por horas personal especializado. Por otro lado, en las residencias comunes aún existentes, cada adulto tiene un pequeño y hasta minúsculo apartamento, que en este caso permite aislarlo del contacto con quien esté contagiado.
Por otro lado, cerrar escuelas ha sido una disposición con distintos objetivos, pero centrados en evitar que los adultos socialicen, se contagien y lleven el virus a sus residencias para contagiar a los demás. En Suecia, moviéndose los niños desde muy temprana edad con absoluta independencia, este riesgo es menor, por lo que resulta más problemático encerrarlos, pues los padres tendrían que dejar de asistir a sus labores.
Evidentemente, Suecia apuesta al contagio masivo de su población joven, lo que le permitirá relativa inmunidad futura y con lo cual intentará minimizar las muertes mediante el reforzamiento del autoaislamiento de la población de riesgo. No es el caso de México, donde, si la enfermad se expande, los fallecimientos serán muchísimos dada la cultura de familias extendidas. Y no se diga si el virus llega a traspasar las fronteras entre el mundo urbano y el rural.
Sin embargo, contrario al desvarío conspiracionista de la novelesca guerra de quinta generación, lo que sí está en riesgo es el modo capitalista tal y como ahora lo conocemos. Las formas de acumulación han evidenciado su fragilidad haciendo volátiles las fortunas amasadas en las bolsas de valores, poniendo contra la pared al capital especulativo. Para preservar su riqueza se tendrán que moderar las tasas de ganancia, a la par de que las clases medias trabajadoras demandarán más seguridad social cada vez que nuevos contingentes de población se aproximen a la jubilación.
Claro, todo esto, en los países donde el capitalismo efectivamente se ha desarrollado y modernizado. Ya en casos de economías atrasadas, dependientes de las remesas de trabajadores en el extranjero, sus lumpenoligarquías aún tendrán muchos años de vida, especialmente si algunos intelectuales orgánicos continúan siéndoles útiles al dinamitar cualquier puente ente las clases medias y los sectores obreros y campesinos.
Las economías con propuestas serias y transparentes de inversión desde el Estado pueden salvar la crisis en relativo corto tiempo. Las sociedades, golpeadas indiscriminada y cruelmente por la pandemia, no podrán levantar esas economías. De ahí que al proteger a la población se protege la economía del futuro. Los capitalistas han tenido ganancias mes a mes, año con año, por lo que llorar ahora y pedir subsidios es solo un síntoma de la avaricia extrema que ha proliferado sin control ni pudor en el mundo. De cómo se proteja al trabajador dependerá el futuro económico de las sociedades, pues ha quedado más que demostrado, históricamente, que el capital protegido nunca se desarrolla ni consolida.
Más de este autor