La idea central de esta columna es visibilizar que la polarización puede ser beneficiosa para una sociedad democrática, toda vez que el surgimiento de la controversia intensa es inevitable ante el cambio social. Y si el cambio social es necesario, la controversia será inevitable y hasta provechosa.
Así, la polarización no es buena o mala en sí misma, sino por el tipo de contienda, por los conceptos en disputa y por la posibilidad de que haya discursos políticos agonistas [1], es decir, discursos en los que haya un debate ideológico abiertamente reconocido, posicionamientos opuestos y, eventualmente, una construcción de consensos o acuerdos mínimos. Por el contrario, la ausencia de debate político es un signo preocupante que puede exacerbar los antagonismos, que, según Mouffe, se caracterizan por la existencia de enemigos, y no de adversarios, como ella propone en un ámbito democrático liberal.
En correspondencia con lo anterior, la polarización es una condición de controversia social donde al menos una posición discursiva tiende al esencialismo o a la radicalidad. De ese modo, el discurso inicial puede abonar a la confrontación o puede generarse la polarización desde uno o más discursos contestatarios. Asimismo, aunque existan diversos posicionamientos, la polarización tiende a negar o afirmar a una idea, que con facilidad se integra o asocia a una persona o grupo.
[frasepzp1]
Tomemos un ejemplo cercano. En Costa Rica, en pocas semanas un candidato fundamentalista se posicionó como favorito porque generó controversia al oponerse al matrimonio igualitario. Sin duda hubo polarización y simplificación de discursos, pero también ejercicio democrático, movilización y un voto ciudadano que contuvo, al menos por el momento, a los grupos antiderechos que proliferan en la actualidad. El saldo para la democracia costarricense puede ser contemplado desde diferentes posiciones. Yo lo considero positivo.
No perdamos de vista que la polarización, por su naturaleza conflictiva, tiende a visibilizar las diferencias. Y, en un mundo globalizado donde la lógica del mercado y el individualismo anulan las colectividades, visibilizar diferencias sociales puede resultar incómodo, acaso disfuncional, para un sistema que clama obediencia.
Por ejemplo, la polarización generada desde un territorio maya y motivada por la minería o por los monocultivos visibiliza ejes de diferencia de clase y de etnia que el poder hegemónico prefiere mantener invisibles. En otro ejemplo, la despenalización del aborto tiende a visibilizar, en una controversia polarizada, que las mujeres siempre han abortado y continuarán haciéndolo, pero que los fallecimientos son por lo regular de mujeres pobres. De esa cuenta, desde el poder corporativo, patriarcal o religioso, es preferible que no haya polarización en torno al aborto o a la actividad extractivista, ya que al menos una de las posiciones cuestiona una relación de poder.
Mi reacción al rasgado de vestiduras en torno a la polarización es que debemos juzgar esta en atención a una relación de poder y con base en resultados. Desde esa perspectiva, cualquier tema que genere controversia social o cuestione las estructuras de poder puede resultar positivo si un tema invisible pasa al campo de la contienda política. En consecuencia, ante un país disfuncional, donde opresiones múltiples agobian a la mayoría de la población, el debate intenso no puede ofrecer otra cosa que posibilidades de cambio. Y eso sin duda provoca temor en las estructuras de dominación.
[1] Mouffe, C. (2005). On the Political. Nueva York: Routledge.
Más de este autor