El presidente Bukele ha tenido un éxito rotundo en ganarse las mentes y los corazones de su pueblo. Una encuesta reciente de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) lo evidencia, ya que «9 de cada 10 salvadoreños evalúan bien o muy bien el desempeño del presidente en su segundo año de gestión (90.8 %)».
Sin embargo, no debemos olvidar que la historia nos enseña la veracidad del famoso dictum de Lord Acton: «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente». La actitud del pueblo salvadoreño hacia su gobernante tiende a la ceguera, a esa disposición de culto irracional muy peligrosa. El ejemplo paradigmático del siglo XX es Adolfo Hitler y el régimen nazi de Alemania, pero no es el único. Los paralelismos con la tendencia de Bukele son alarmantes: no por ser popular un gobernante es un estadista legítimo.
La popularidad de Bukele parece explicarse por las razones siguientes: su juventud y su estilo milenial, que han logrado romper con las fuerzas políticas tradicionales salvadoreñas; una percepción de efectividad en la lucha contra la corrupción; la vacunación contra el covid-19 más rápida que en los países vecinos, y, en general, una imagen de decisión, energía y efectividad.
Pero el análisis cuidadoso muestra que no todo es como parece. Ha sido Bukele el que impulsó las destituciones del fiscal general de la república y de los magistrados de la Sala de lo Constitucional, el primero un actor clave en los casos emblemáticos y de alto impacto de persecución penal de delitos de corrupción. Además, recientemente impulsó una ley que favorece la corrupción en la compra de medicamentos y deshizo la Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador. Es decir, en realidad, con estas acciones ha implementado un retroceso significativo en la lucha contra la corrupción y la impunidad en su país.
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La semana pasada Bukele impulsó la aprobación de la Ley Bitcóin, la cual es ya causa de preocupación y alarma. Economistas y centros de pensamiento como el Icefi ya advierten que esta ley fue aprobada sin análisis técnicos de los riesgos que genera para el Salvador, un país que padece vulnerabilidades fiscales importantes. La popularidad de Bukele empieza a ser un problema grave cuando impide una discusión seria y responsable sobre un tema técnico como la legalización de una criptomoneda y antepone propaganda y opiniones ligeras en tuits al análisis serio de sus consecuencias y riesgos, que, de salir las cosas mal, les generarán costos y padecimientos económicos a los contribuyentes salvadoreños.
Preocupa cuán ciego está el pueblo salvadoreño, que no ve la ilegalidad de las destituciones de los magistrados y del fiscal general y el gravísimo peligro de permitirle a Bukele poder absoluto para capturar los poderes del Estado o jugar con la economía del país. Asusta el paralelismo con los alemanes de 1933, que vitoreaban a Hitler a gritos y enloquecidos de fanatismo, y de 1939, que celebraban que su país iniciaba una guerra de agresión pese a la amarga experiencia de la Primera Guerra Mundial, pero también con los de 1945, que lloraban la iniquidad, la miseria y la tragedia de no haber aprendido de su historia y de haberse dejado seducir por la popularidad de un líder mentiroso y criminal.
Le deseo al querido pueblo de El Salvador que todo le salga bien y que Bukele sea el líder que necesita. Sin embargo, lamentablemente, las lecciones de la historia son muy claras, y me temo que las señales están alertando del peligro con claridad.
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