La queja anterior es muy frecuente. Los más pilas de la Red han reaccionado publicando conjuros de la época de las cavernas (a veces con tono amenazante…), han pedido que se copie contenido de un muro a otro y recitan otras cuantas invocaciones propias de la era informática. Todo, para despistar al algoritmo.
La verdad es que el famoso algoritmo también es profético porque, luego de algunos cálculos básicos, podemos ver las consecuencias a futuro sin mayores problemas. Así pues, la profecía para los conjuradores es esta: no cambiarán nada y, si hay algo nuevo, será de muy corta duración.
Para no ser castigados por el chicotudo algoritmo, por lo menos conozcamos tres maneras en que funciona.
Primero, Facebook pondrá en su camino cosas que piensa que le gustan o le van a gustar (¿no se siente especial?). Su perfil (la información sobre nosotros mismos que ingresamos para lucir bien ante los demás) es la primera fuente. Si declaró ser seguidor de Maluma y activista de género, pues espere contenidos relacionados. Si puso sus libros, películas y lugares favoritos, le llegará información (y publicidad, ¡faltaba más!) sobre esos temas. Si es de las personas que gozan cristiana y misericordiosamente de los videos en los que el prójimo se revienta la columna vertebral mientras hay música graciosa de fondo, seguramente ya habrá avisado pinchando alguno que don Facebook le puso enfrente. Listo, su muro será perseguido por esos fantasmas. Si no resistió la tentación de un clic sobre un video de cursos virtuales, se habrá ganado la lotería y a su muro vendrán muchos otros similares.
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En segundo lugar viene su interacción con los demás. Hagamos aquí una corta parada. Si alguien cree que es un cometa con una larga cola de personas siguiendo su estela, sus posados fotográficos, sus anuncios sobre lo que comió o sobre los viajes que hace, le traigo malas noticias (qué pena). A menos que se apellide Messi y juegue futbol en el Barcelona o que sea una diva del pop, no tiene ni seguidores ni fanes. Facebook le permite hacer conexiones con personas, establecer relaciones, mantener contactos. Así, arrancando de nuevo, nadie vendrá a su muro a menos que usted vaya al de los otros. Su frecuencia de visitas a sus contactos y la calidad y cantidad de ellas (les deja emoticones, comenta, profundiza hilos de respuestas en el muro ajeno) le darán al algoritmo los elementos para decirle a don Facebook lo que debe aparecer en su muro.
No consigo comprender (aunque sí explicar) que en un muro aparezcan frecuentes solicitudes de amistad (vea bien: en ningún sitio dice que es para que se convierta en fan o seguidor de alguien) y que, una vez que una de ellas es aceptada, pasen años sin que exista el mínimo intercambio. ¿Ahora comprende por qué aparecen pocos posts en su muro? Sí, para nuestro asombro y desilusión, el algoritmo de Facebook y su profecía son más antiguos que la era de las computadoras. Algunos espirituales la llaman ley del karma y los más pesados le dicen tercera ley de Newton (a toda acción le sigue una reacción).
El último elemento por considerar es la calidad del contenido. No es que don Facebook sea su fan (otra decepción), sino que le pasa el chisme al algoritmo cuando una publicación lleva imágenes, videos, texto, gráficas, etc. Mientras más dinámicos sean sus contenidos, más fácil será que aparezcan en el muro de las personas a quienes usted pasa visitando de vez en cuando (Newton siempre nos aplica su ley y, si a él se le pasa alguna oveja, al karma no).
Por ende, resumamos: si queremos que lean todo lo que escribimos, debemos leer todo lo que escriben nuestros contactos. Don Facebook toma nota de si se trató de pasar por ahí y dejar tiradito un like o, algo más hipócritamente, un símbolo de amor sin saber con exactitud de qué trataba la cosa.
Leamos si queremos que nos lean. Comentemos para que nos comenten. No hay conjuros ni atajos. La vida es dura, cibernautas.
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