Veamos si son buenas o no sus razones para evitar que gane el Movimiento Semilla:
Incontables millonadas del presupuesto público se destinaron para seducir a la población sumida en la miseria económica y la falta de educación. Se recurrió a transferencias económicas por acudir a mítines y por votar por el oficialismo (que corrió con varios partidos). Se regalaron materiales de construcción, alimentos, insumos y quién sabe cuánto más, con los mismos propósitos. Se usaron vehículos oficiales para transporte de dádivas y de personas.
En síntesis, se invirtió todo el dinero posible para que se hiciera realidad el plan original: meter en segunda vuelta a Sandra Torres y a alguien del oficialismo (de preferencia a otro candidato notetoca: Manuel Conde).
Para la segunda vuelta el plan cambiaba: que la UNE quedara en segundo lugar, de preferencia, pero si ganara fuera cosa de aflojar y apretar algunos tornillitos por aquí y por allá. Más temprano que tarde todo volvería a su lugar.
La liebre gobernante se ocupó de algunos conejos briosos que podían trastocar los planes y dejó a algunas tortugas que no podrían ganar pero que eran clave para la credibilidad internacional del montaje. Maquiavelo volvería a morir, esta vez de envidia.
Pero a la liebre ensoberbecida casi la alcanzó la tortuguita de apenas ocho años. La inversión más grande de la historia resultó un desperdicio vergonzante.
Sin tiempo para lamerse las heridas había que deslegitimar la derrota. La nueva prioridad fue meter un tizón por la cola de la tortuga para que abandonara su caparazón popular.
Bocadito de zanahoria, dijo la liebre: metamos más dinero y más mano de obra barata o gratuita (empleados públicos) para cocinar esta sopa de tortuga.
Prometamos camionadas de broza a cada lombriz, cubetadas de lombrices a cada gallina, gallineros llenos a cada zorro, abrigos de zorro a quien tenga frío y aires acondicionados a cada alma del infierno a donde los estamos arreando.
Seduzcamos con falsas promesas u obliguemos a empleados públicos para trabajar en la campaña y para votar por la candidata oficial en segunda vuelta (falta ver si tiene efecto la amenaza de la no renovación de contratos o del despido fulminante).
La avasalladora infantería económica se reforzó con estruendosa artillería legal (por saber si se les mojará la pólvora). Había que inhabilitar a la tortuga, esposarle las patas, sabotearle el carril por donde habrá de correr mañana y asegurarse de que, si termina la carrera, lo único que le espere en la meta sea un perol hirviente.
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Sin espacio para fallar se luchó desesperadamente para desprestigiar a la tortuga: que es comunista, que expropiará la propiedad privada, que destruirá a la familia, que vestirá a Ken de Barbie y a Barbie de Ken, que el aborto, que la Constitución Política es inconstitucional en cuanto a su definición de nacionalidad y muchas otras cosas surgidas de mentes con sectarismo, miedo, y absoluta falta de ética como fuentes de energía renovable.
No, la historia de este país nunca vio algo semejante. Así que dígame usted si hay o no buenas razones para cargar en el cuerpo el pánico que mañana gane la ignorable tortuga que el hastío popular hizo más ninja que Donatello, Leonardo, Raphael y Michelangelo juntos.
Cuando lean esto, habrá acabado hace tan solo unas horas la campaña política más cara, alambicada y asquerosa de la historia del país.
¿Habrase visto mayor derrota política y mayor fracaso estratégico si mañana la sorpresiva tortuga gana el balotaje a la liebre que no duerme esta noche? ¿Habrá alguna vez, en el bestiario criollo, una liebre igual de dopada que ni así le gane a una tortuga en tres patas?
Las respuestas las tiene la juventud de Guatemala (esa que no vale, que no cuenta, que no merece inversión, que es pobre porque quiere y que mejor si se larga a otro país) y las personas que, según la liebre, no pasan de ser obedientes acarreadas, conciencias de baratillo y tontos útiles, pero que el domingo tendrán en su mano el arma más poderosa en lo que va del siglo: el voto secreto.
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