Pero no se haga ilusiones ni se asuste. No va a pasar —tiempo futuro— nada tampoco. ¿Sabe por qué? Porque ya aprendimos a vivir con tres vergüenzas que nos sofocan e impiden ver más allá del agujero: muchos pobres, su aumento constante y una gigantesca indiferencia social y política.
Primera vergüenza: muchos pobres. ¡Sí, son muchos! Entiéndalo de una buena vez. Demasiados para un país tan rico —no somos Haití ni Yemen—. Imagínese usted viviendo en un hogar de cinco, donde tres están bien jodidos, otro casi, pero un poquito menos que aquellos, y uno se la pasa disfrutando la dolce vita. ¿Quién es usted en esa foto? ¿Qué miembro de esa familia le gustaría ser? Le apuesto que esa decisión es más difícil porque hay sangre de por medio. Porque esos números dejan de ser fríos y se convierten en papa hirviendo en las manos. Un dilema ético.
Segunda (o más bien doble) vergüenza: el número de pobres sigue creciendo. Algo inaudito no solamente porque estos indicadores no se corresponden con la capacidad productiva que tiene el país, sino porque además pone en evidencia nuestra torpe y aldeana actitud de avestruz. Somos increíblemente ingeniosos (hasta sofisticados, diría yo) para encontrar formas de meter la cabeza en un hoyo y enmudecer —según nosotros— lo que sucede a nuestro alrededor. Ese alrededor que se llama América Latina y Caribe. Ese alrededor que sí pudo reducir su porcentaje de pobreza todos los santos años durante los últimos 15 años. ¿Y nosotros? Bien, gracias. Ahí pasándola.
Tercera (triple) vergüenza: sabiendo que tenemos muchos pobres y que ese número está creciendo, no se nos ha dado la gana hacer nada. Ningún esfuerzo serio. ¿Y qué quiere decir serio? En Guatemala significa dos cosas: focalizado en el sector rural, porque es allí donde está la pobreza más dura, y sostenido en el tiempo, porque la pobreza no se reduce de lunes a domingo.
Sostenido porque la misma certeza y la misma estabilidad que demandan inversionistas para traer su capital, generar empleo y crecimiento económico son las mismas que demandan las familias pobres cuando se les llevan programas públicos. Si los pobres perciben intenciones del Estado de buscar solamente objetivos de corto plazo, entonces la respuesta de la gente es igualmente corta. Es decir, muy poco transformadora de su condición. ¿Por qué habría de ser de otro modo si tan racionales son unos (inversionistas) como los otros (pobres)?
Pero, cuando un Estado logra actuar para transformar estructuras, priorizar sistemáticamente a los más necesitados y cerrar brechas de bienestar, es porque hay ciertas condiciones dadas. ¿Cuáles? Esencialmente dos: una élite política y económica que entiende la magnitud del problema y que por lo tanto sabe que tiene que actuar y un Estado con capacidad de movilización de recursos hacia los territorios donde más se necesitan.
Sobre lo primero (actitud de las élites), lo que se ve es más bien una apuesta por iniciativas aisladas. Que si la fundación tal, que si la cooperación cual, que si la ONG fulana, que si el grupo de vecinos mengano, que si la campaña por esto o aquello. Nada articulado. Nada con visión de mediano plazo. Nada pensado en clave de país. Si acaso, tibios ensayos que se han debido mucho más al voluntarismo de un par de personas que al llegar al gobierno empujan neciamente una idea. Es lo más cómodo, lo más fácil, lo que realistamente se puede hacer.
Y sobre lo segundo (recursos públicos), no es solamente la vieja y aparente o evidentemente estéril discusión de cantidad. Allí es claro que no tenemos acuerdo. La calidad de los recursos que se destinan a atender las necesidades prioritarias del país también es importante. Por ejemplo, el tipo de profesionales que el sector público contrata y destina hacia territorios rurales, el tipo de instituciones que llegan allí y la cantidad de tiempo que el gabinete de gobierno les dedica a los pobres rurales para escucharlos y construir canales de comunicación que les permita hacer llegar sus demandas y ejercer su ciudadanía.
Así son las tres vergüenzas que nos sofocan y nublan la vista. Pero, como dicen que la primera cosa que hay que hacer para resolver un problema es reconocer que se tiene, ahí se las dejo para que vea qué hace con ellas.
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