Me interesa comentar un área poco tratada en los conciliábulos políticos y sociales, en virtud de que trata sobre los comportamientos tecnocráticos y profesionales relacionados con los altos decisores y formuladores de política pública. En tales círculos se observa que los colegas suelen taparse con la misma chamarra y se elogian a diestra y siniestra, se dan diverso tipo de upas, siempre y cuando cada quien logre ubicarse en los diferentes columpios y poltronas del alto saber oficial nacional e internacional.
Resulta ser que corría la mitad del año 2009 y el gobierno de la Unidad Nacional de la Esperanza mostraba ciertas fortalezas en el Congreso, aún cuando la mazorca comenzaba a desmoronarse derivado de múltiples factores entre los que habría que mencionar aquí, la irrupción de los personalismos y de los intereses distritales de todo corte.
El Ministerio de Finanzas y sus altas autoridades corrían con la ansiada reforma tributaria que nunca llegó, pero nunca cesaron en confiar que llegaría. Y es que desde sendas propuestas emanadas del Pacto Fiscal, que eran empujadas por Fuentes Knight y su viceministro Carlos Barreda, hasta propuestas alternas de reformas parciales iban y venían a raíz de las negociaciones emprendidas desde el año precedente con los principales grupos de presión, principalmente con el siempre poderoso CACIF.
Con algunos destellos de socialdemocracia, que aún se respiraba, más que todo del diente al labio, y otros destellos de populismo empujados desde la oficina de la también poderosa Primera Dama, las autoridades del Ministerio de Finanzas Públicas se lanzan a un precipicio fiscal, inspirados en teoréticas elucubraciones en torno al tan esperado “mejoramiento fiscal” que, como en la obra de Godot del teatro de lo absurdo, se quedó “esperando”.
El proyecto de presupuesto enviado al Congreso se fundamenta discursivamente en el denominado “Plan de la Esperanza”, y se dice que se avanzará históricamente “como nunca” en la cobertura del gasto social, esperándose un incremento en la carga tributaria y contemplando la implementación del Impuesto de Solidaridad –ISO- “que permanecerá vigente en tanto no se apruebe un nuevo e integral Impuesto sobre la Renta, en la segunda etapa de la modernización fiscal contemplada por este gobierno”.
Pero lo más grave está por venir: el presupuesto enviado se basa en una errónea prospectiva de crecimiento del PIB del 4.6 por ciento, y de las importaciones en un 14.2 por ciento. Tales proyecciones se basaban en los trabajos analíticos de los “genios” predominantes en el Banco de Guatemala en ese tiempo, siendo que la política monetaria actual, en virtud de su enfoque teórico, es más persuasiva que técnica, aspecto este que sería vital explicarlo pero en otra columna, dada su extensión y tecnicismo.
El mensaje de las finanzas públicas a la arena de conflicto de los políticos era a todas luces halagador: “la economía seguirá su carrera alcista, vendrá una ansiada reforma tributaria, y además se trata de un gobierno social, interesado en la descentralización del gasto y en la dotación de recursos a diestra y siniestra”. Nada más paladeable para los apetitos de la Primera Dama en ese tiempo y para las bancadas populistas de derecha que ya empezaban en su carrera desenfrenada hacia la alta poltrona del poder reinante.
El presupuesto así confeccionado se entrega al Congreso, a pesar de que en Estados Unidos estalla la recesión más espeluznante desde los años treinta y de que bancos de inversión como Bear Stearns y Lehman Brothers se desintegran cual cubos de hielo en una olla caliente. En ese lapso todavía el Ministerio de Finanzas hubiera podido hacer algo y dialogar técnicamente con los jefes de bloque. Sin embargo, la asesoría del Banco de Guatemala no da su brazo a torcer y el presupuesto es aprobado, legalizándose así un nivel ficticio de gasto.
Resulta ser que la economía en 2009 casi estuvo en cero crecimiento, y los resultados de recaudación son desastrosos: tanto el IVA como el Impuesto sobre la Renta crecen un 20 por ciento menos de lo proyectado, mientras que en materia de IVA sobre importaciones la falla o el error es tremendo: cerca del 30 por ciento.
La brecha generada fue de cerca de Q.6,000 millones, significando ello un tremendo stress para el presupuesto de caja gubernamental, y todo ello causado por una mala práctica, centrada en una estimación que hizo caso omiso de la crisis financiera internacional que ya se estaba manifestando en todas sus dimensiones antes de aprobarse el presupuesto.
Lamentablemente, ni los colegios profesionales ni los centros de pensamiento más familiarizados con estos temas dijeron algo de peso con respecto a este tema, que debiera servir como una lección para el momento actual: “tratándose de finanzas, en donde todo es cíclico y en donde priva el mundo del riesgo, cualquiera con dos dedos de frente más bien trabaja con cifras conservadoras y evita tirarse al precipicio futurista de las ilusiones ingenuas”.
Más de este autor