El comportamiento de los contagios fluyó principalmente por los poblados a un costado de las principales rutas del país. Purulhá, un pueblo con tan poco movimiento económico, estuvo relativamente libre de contagios hasta que las medidas oficiales se relajaron. Entonces las personas dejaron el confinamiento, el miedo, las mascarillas y los cuidados. Hasta el toque de queda perdió fuerza. Ahora puede verse a los vecinos circular con la mascarilla en la barbilla después de las 9 p. m. Esto, lógicamente, incrementó los contagios, que habían logrado estar relativamente controlados.
Una muy querida amiga mía me preguntó un día si tenía alguna medicina para la fiebre de su niño de tres añitos. Según me contó: «Estuvo [el niño] brincando en la noche y le venían los nervios por la gran calentura». Ella tenía un medicamento que no le ayudó. Le dije que la fiebre era un síntoma de algo más y le recomendé que mejor lo llevara al centro de salud. Dos días después me dijo que lo había llevado, pero que ahora, además de la calentura, tenía diarrea. Inferí que sería algún problema estomacal. Dos días después me contó que el niño estaba peor y que en casa todos estaban enfermos de calentura y que no sentían ni olores ni sabores. Casi me muero del susto.
Hablé al centro de salud y me pidieron que los refiriera a todos al día siguiente para realizarles las pruebas de covid. No se presentaron. Al llamar a mi amiga, ella me dijo que en su familia habían decidido no hacerse la prueba porque los iban a poner en cuarentena y ellos tienen que trabajar —porque tienen suerte de tener empleo—. Su mayor miedo no es el salario caído por los días que deberían hacer cuarentena, sino no volver a conseguir trabajo.
Por necesidad y falta de conocimiento, las personas circulan contagiadas por todo el pueblo sin la conciencia de que esto nos puede costar la vida a personas que nos cuidamos tanto, como yo, a quien ahora le toca estar en aislamiento voluntario. Lo mismo sucede con los pilotos de los buses que viajan sobrecargados e igual pasa con los pasajeros: interactúan como si nada porque su comprensión los limita a pensar que solo tienen calentura.
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El conocimiento es la facultad del ser humano para comprender, por medio de la razón, la naturaleza, las cualidades y las relaciones de las cosas a través de la observación y la experiencia personal, sin que sea necesario aplicar ningún método de investigación o estudio.
¿Qué sucede cuando tus condiciones de vida no te permiten adquirir estas habilidades?
Me refiero, por ejemplo, a que constantemente las personas que nos asesoran en el proyecto me preguntan —sin mala intención— la razón por la cual las personas conservan costumbres dañinas para sus realidades de vida. Argumentos como «cualquiera con dos dedos de frente sabe que, si no tiene trabajo y no tiene casa, tampoco puede llenarse de hijos» hasta parecerían válidos si no fuéramos conscientes y desconociéramos la interminable lista de carencias que determinan la vida de las niñas y los niños que nacen y viven en inhumanas condiciones de desnutrición y pobreza extrema.
El doctor Abel Albino, fundador y presidente de Cooperadora para la Nutrición Infantil en Argentina, asegura que «la formación del sistema nervioso central está determinada en los primeros dos años de vida. Si durante este lapso el niño o la niña no recibe la alimentación y estimulación necesarias, se detendrá el crecimiento cerebral y [él o ella] no se desarrollará normalmente, [lo cual afectará] su coeficiente intelectual y capacidad de aprendizaje. Este daño afecta a toda la sociedad, ya que la principal riqueza de un país es su capital humano. Y si este está dañado, ese país no tiene futuro».
El Estado, perennemente ausente en las comunidades rurales, es incapaz de garantizar el acceso de los ciudadanos a educación de calidad o a trabajo y a salarios dignos. Pero sus privaciones no tienen ningún valor a ojos del político, el voto sí.
La más grande de todas las desigualdades es la falta de acceso a conocimiento.
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