Este fue un error garrafal, cuyas consecuencias las estamos viviendo en este 2017, toda vez que es el Organismo Legislativo el que ostenta el poder que define y articula al resto de organismos del Estado con las competencias que ejerce: presupuesto, nombramiento o incidencia en instituciones clave como el PDH, la Contraloría de Cuentas, el Ministerio Público, el Organismo Judicial, etc.
Estamos en el umbral del desconcierto y de la frustración al constatar que las plazas (ahora fue más extendida la protesta) no son suficientes para depurar a los politiqueros incrustados en el Congreso de la República. Razón tenía Carlos Guzmán-Böckler cuando en 2015, un poco antes de fallecer, advertía sobre «la falta de líderes que guíen la reforma del país centroamericano» y sobre que «sin una organización cívica fuerte estamos perdidos en Guatemala». Y sobre la plaza del 2015 exponía: «De ese movimiento popular, espontáneo, no salieron dirigentes. Nadie que pueda conducir la segunda fase, destinada a reformar el Estado».
Hoy los diputados están blindados por la legalidad, la arrogancia y el descaro. La plaza no puede romper ese blindaje, salvo que paralelamente se promueva que se les retire el antejuicio por las ilegalidades cometidas, que la Cicig y el MP develen la corrupción de varios diputados que aún no han sido evidenciados y que la Embajada de Estados Unidos presione como lo ha hecho hasta ahora, con resultados más o menos positivos en cuanto a combatir la corrupción.
De no depurarse legalmente, el desencanto irá aumentando y, en contraste, las fuerzas oscuras y criminales irán emergiendo a su vez con más claridad. Ya los ex-PAC han aparecido en la escena pública. Los narcoganaderos están amenazantes. La Avemilgua y Méndez Ruiz ya zopilotean para el festín macabro. A la ANAM y a un sector de alcaldes se les hace agua la boca con el presupuesto del 2018, inspirados en el fascista Álvaro Arzú. El Cacif y grandes sectores conservadores y moralistas preparan el escenario del diálogo a su medida para que nada cambie. Mientras, el Enade quiere controlar la obra pública. Y el Ejército, que autoritariamente ponía orden ante los desmanes del poder civil, hoy está petrificado por la corrupción interna. Perdieron el honor, el heroísmo y la disciplina. A lo mejor siempre fue retórica.
Mientras tanto, los llamados sectores populares se debaten en su individualismo institucional, cada quien con sus intereses y demandas. Muchas oenegés de cartón que nutrieron a la sociedad civil en el pasado ya no existen. Los diputados de la izquierda partidista, con discursos populistas, fuertes hacia los medios y acomodados en el seno de los grandes debates, algunos votando al lado de los corruptos, otros ausentándose para no asumir responsabilidades y otros dando explicaciones ambiguas. Los sindicatos, bloqueando carreteras y amenazando con paros para conseguir, en este río revuelto, la ganancia salarial y la consolidación de pactos colectivos leoninos. La población, en tanto, sin atención en salud y educación.
En cuanto a los llamados al diálogo, nos perdemos en si son los mecanismos por implementar o los contenidos por debatir lo que preocupa ahora. Al final de cuentas son los mismos dirigentes de tanques de pensamiento, centros de estudio ideologizados, periodistas y analistas los que reclaman al unísono: «¡Llamen a los notables!». ¿Quiénes? ¿Los que han hecho gobierno asesorando, los que monopolizaron los espacios en las discusiones de la paz, lo que hablan en los espacios públicos, los que hacen estudios sobre lo estudiado del país? ¿Los que siempre han ocupado puestos de gobierno y logrado salir en caballo blanco cuando estos se deterioran?
Para los pueblos indígenas, tampoco el momento es propicio. Sus organizaciones disparan cada una por su lado. Unas, en la demanda únicamente. Otras, solo proponiendo. Otras, sumidas en el culturalismo, ajenas a la dinámica política. Algunas organizaciones ancestrales ocultan las fuertes contradicciones internas, negadas por el autoritarismo de las dirigencias y por el conformismo de la comunidad. Aún no me explico por qué donde —a los ojos de la población— hay autoridades ancestrales sólidas es donde la pobreza hunde más sus raíces.
Conclusión: a cada uno le corresponde, desde su espacio social, comunitario, institucional, identitario o de clase, ser autocrítico, participativo, y exigir estar presente, sin distingos ni exclusiones, en la discusión del futuro de la sociedad y del Estado.
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