En 1900, con 11.0 segundos, ganó la final el también estadounidense Frank Jarvis. Ciento dieciséis años más tarde, en los juegos de Río de Janeiro, en 2016, el jamaiquino Usain Bolt recorrió esta distancia en 9.81 segundos. Es decir, luego de más de 100 años, el tiempo disminuyó en 1.19 segundos. Aunque en 2021 en esta competencia el récord para el primer lugar femenino, ocupado por la jamaiquina Elaine Thompson-Herah, fue de 10.61 segundos, ya otra mujer, la estadounidense Florence Griffith, logró 10.49 segundos en 1988. Estos datos, para que reflexionen quienes aún sostienen que, por su condición biológica, las mujeres no pueden tener el mismo desarrollo físico e intelectual que sus pares masculinos.
Otro hecho revelador que se evidencia gracias a las redes sociales y a los medios de comunicación en los juegos de este año es la precariedad de los atletas del tercer mundo respecto a los competidores del primero. Las diferencias van desde el apoyo económico constante hasta la conformación de equipos completos especializados tanto en personal calificado como en aparatos y en todas las herramientas necesarias para que el atleta desarrolle al máximo su potencial. Además, varios atletas del mismo país compiten en las diversas especialidades, hecho que se evidencia al observar los eventos, lo que implica que, de los muchos, eligen para participar solo a los mejores.
En Guatemala, sin embargo, la situación es otra. Podría argumentarse que no hay suficientes recursos. No obstante, esta no es una razón válida. Sucede que el Estado destina el 3 % del presupuesto nacional al deporte. Esta cantidad es muy cercana a la que recibe la universidad estatal, que es del 5 %. A diferencia de esta, a la cual, como debe ser, se le fiscaliza, señala, evidencia, etcétera, el área deportiva ha pasado desapercibida hasta el momento, salvo algunas eventuales críticas, cuando este tipo de eventos deportivos trascienden.
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Como guatemalteca, me pregunto por qué Kevin Cordón ha tenido que practicar en el salón improvisado de una iglesia; por qué no cuenta con las mejores canchas deportivas y con todos los implementos que debería; por qué razón, pese a ser el único deportista que le ha dado a Guatemala una medalla olímpica, Erick Barrondo tuvo que sufragar, con sus propios recursos, según sus declaraciones, su viaje a Tokio; por qué razón no cuenta, desde 2012, año en que ganó la medalla de plata, con el mejor entrenador del mundo para que este asegure los aspectos técnicos de la marcha del atleta. Dinero hubo y hay.
No hay, a mi juicio, ningún argumento que justifique que estas condiciones no les hayan sido brindadas. En lugar de premiarlos por sus proezas, así como las que realizaron en estos juegos Kevin Cordón, Luis Carlos Martínez, Scarleth Ucelo y Luis Grijalva, tal pareciera que las autoridades deportivas, en lugar de premiarlos, los castigan. Tal vez les desagradan porque evidencian las cuestiones poco claras que se dan en ese ámbito. Tienen razón quienes dicen que estos deportistas, cuyos sacrificios son el producto de años de entrenamiento, de sacrificios, de entrega y de una fuerza de voluntad extrema, más que lograr sus triunfos gracias a Guatemala, los llevan a cabo a pesar de Guatemala.
Mi respeto y admiración para ellos y ellas (no es válida aquí la exclusión idiomática porque disminuye el esfuerzo y los logros de las deportistas), para quienes nos representaron en estos juegos, porque, pese a las limitaciones y a la falta de apoyo económico y técnico, siguen con el firme propósito de practicar su deporte y de dar lo mejor de sí. Son ellas y ellos quienes cada cierto tiempo nos hacen sentir y creer que no todo está perdido en esta tierra de sol y de montaña.
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