El código penal condena el delito de la usura y la tipifica pero de una manera laxa, e incluso en el sector bancario regulado hay préstamos de consumo que rayan en usura, no digamos en actividades situadas fuera de la órbita regulada, sobre las que la Junta Monetaria y la Superintendencia de Bancos hacen las del avestruz de manera irresponsable.
La usura conlleva consideraciones éticas y morales desde tiempos bíblicos. Bien dice el Éxodo al dictar responsabilidades sociales: «Si uno de ustedes presta dinero a algún necesitado de mi pueblo, no deberá tratarlo como los prestamistas ni le cobrará intereses».
El Levítico es más amplio y dicta lo siguiente: «Si alguno necesitado de tus compatriotas se empobrece, ayúdale. Tampoco le prestarás dinero con intereses ni le impondrás recargo a los víveres que fíes. Así también al residente transitorio que vive entre ustedes.”
En la era del Mercader de Venecia, de Shakespere, Shylock el judío manifiesta claras diferencias éticas y morales frente al mercader y cristiano Antonio, representando ello también las visiones religiosas cambiantes.
Bassanio, amigo de Antonio y deudor de él, le pide servir de fiador ante el judío Shylock para ir en búsqueda del amor de una rica heredera de Belmonte. El buen Antonio le replica: «Sabes que tengo toda mi riqueza en el mar, y que hoy no puedo darte una gran suma. Empeña tú mi crédito hasta donde te alcance».
Basanio contacta a Sylock y éste dispone prestar 3,000 ducados advirtiendo lo siguiente de Antonio: «Le aborrezco porque es cristiano y, además, por el necio alarde que hace de prestar dinero sin interés, con lo cual está arruinando la usura en Venecia. Si alguna vez cae en mis manos, yo saciaré en él todos mis odios. Sé que es grande enemigo de nuestra santa nación, y en las reuniones de los mercaderes me llena de insultos, llamando vil usura a mis honrados tratos. ¡Por la vida de mi tribu que no le he de perdonar!».
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Hoy los actores tipo Shylock han sido suplantados por los grandes capos colombianos con la usura denominada préstamos gota a gota. Gradualmente se ha enraizado como el cáncer en los circuitos económicos del sector que tecnócratas del Banco de Guatemala llaman despectivamente «economía informal». Los narcos pagan a un grupo de esbirros financieros especialmente traídos de Colombia, que se encargan de ajustar cuentas de formas crueles como las contadas en el Mercader de Venecia.
Llama la atención la indiferencia de la Junta Monetaria, de la Superintendencia de Bancos y del propio Presidente del Banco de Guatemala, Álvaro González Ricci, ante las desviaciones del denominado circuito monetario interno que está recibiendo dinero del narcotráfico que es transado en los mercados negro y bancarios a un tipo de cambio también liberalizado en 1989. Al entrar en el circuito monetario interno toma una parte de la Masa Monetaria y se multiplica por la usura, convirtiéndose así en Capital Financiero.
Bien nos lo decía el malogrado exministro de finanzas alemán de los tiempos de la entreguerra, Rudolf Hilfdering: «El dinero, en toda su manifestación áurea, es el primer amor ardiente del capitalismo. La teoría mercantilista es su breviario de amor. Es una pasión fuerte y grande, transfigurada por todo el resplandor del romanticismo».
¿Qué es lo que hace el gran capo colombiano con los préstamos gota a gota? Pues acumular riqueza, y con ella consigue autoridad y poder. En la sociedad occidental la riqueza nos vuelve importantes. El avaro está enfermo de socialización porque confía que todos los demás tocan su misma cuerda, nos dice el gran Fernando Savater. La avaricia consiste en darle al dinero una importancia mayor que la que verdaderamente tiene.
Estoy seguro de que si algún periodista se anima preguntar al Superintendente de Bancos actual, o a alguno de sus sapientísimos asesores «¿qué hacer al respecto de los préstamos colombianos gota a gota?», este hombre de negro (así son los entacuchados por esos lares) diría algo así como: «debe darse educación financiera a los pobre e ignorantes de la economía informal».
En estas columnas en Plaza Pública pensamos al revés. Solemos desnudar y caracterizar las picarescas de los potentados –es decir, el lado de la oferta financiera en este caso–, que está haciendo crecer el poder del narcotráfico a costa de quienes debieran recibir políticas de inclusión financiera que no existen por aquí, y están sufriendo hasta con su vida las falencias de una política crediticia que es excluyente gracias a un sistema bancario y financiero conservador y elitista.
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