Unos dicen que fue porque embarazó a una chica. Otros, que fue un disgusto con amigos. Él volvió encolerizado por la noche, y en la madrugada lo escucharon salir. Temprano notaron que se había colgado. Una noticia devastadora para todos. Ya son varios los muchachos que han tomado la misma medida. Yo intento comprender qué puede ser tan terrible como para acorralar a un joven a tomar semejante decisión.
Ese mismo día recibí la respuesta en otro caso —que, aunque distinto, puede ser parte del problema—. Me escribió un estudiante distinguido y gran lector, que ha participado en foros sobre distintos temas y ha obtenido premios y reconocimiento por su desempeño. El mensaje decía literalmente:
«¡Ayúdeme, por favor! Necesito pedir su ayuda ahora, seño. Es importante para mi vida porque estoy muy preocupado. Necesito conseguir algún cuarto aquí en la capital y ando averiguando. Esto se debe a que no tenía posibilidad alguna de estudiar en Purulhá. Por eso me vine a trabajar. Quiero que me ayude a cotizar algún cuarto con sus amigos de aquí de la capital para poder quedarme. Quiero cumplir mis sueños. Estoy dispuesto a todo. Por eso me encuentro aquí y no pienso dar un paso atrás. ¡Ayúdeme, por favor, señito!».
Le platiqué de la dificultad que me representaba conseguir apoyo allá. Le pedí que volviera a casa y que, si sus padres lo ayudaban con alimentación y vivienda, yo con mucho gusto gestionaba el apoyo para una beca escolar.
«Es difícil de creer, pero mi familia está destruida, en la ruina. No hay trabajo. Mi mamá se fue de Purulhá para vivir con una hermana. Mi padre no me quiere apoyar. Igual, nunca lo ha hecho. Me fui unos días con mi hermana, pero los suegros le prohibieron que yo llegara».
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No tener ni siquiera un espacio donde pasar la noche es una inclemente condena por haber nacido en cuna humilde. Reconocer tu inusual potencial y saber que una beca escolar no puede resolver tu situación. Es desconsolador caer en la cuenta de que no va a poder superarse y de que solo se convertirá en otro muchacho explotado y secuestrado por una red de limpiadores de vidrios. Sí, de esos mismos que evadimos ver en los semáforos porque nos es más fácil vivir sin saber.
Definitivamente, la falta de políticas estatales para traer oportunidades básicas a las comunidades más remotas del país asciende a niveles que se vuelven insoportables para la población. Necesitamos salud mental, educación integral de calidad que nos ayude a desarrollar habilidades para vivir. En mi experiencia, parece que todas las familias de la comunidad han vivido algún caso cercano de familiares, amigos o vecinos que se han quitado la vida ante la desesperación de no encontrar la manera de resolver su situación de pobreza, desempleo, abandono o abuso.
Marco Antonio Garavito, presidente de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, opina: «Es complicado, pero habría que tratar de establecer un trabajo más integral. No sé si el alcalde pueda estar interesado en el tema. En el altiplano trabajamos en un modelo de prevención de violencia que podría servir, pero el problema es encontrar recursos para establecerlo. Casi nadie desea invertir en la parte preventiva. Lo primero, como mínimo, sería tratar de documentar bien los casos que se conocen de suicidio. Si se tiene un buen diagnóstico —cuántos casos, cuáles son, de qué forma se han suicidado, de qué edades, en qué lugares específicos—, es más fácil buscar estrategias de intervención. El diagnóstico es importante, pues con un buen informe de la situación se pueden buscar recursos para hacer programas sostenibles y de más largo plazo. Las charlas ayudan, pero hay que darles seguimiento».
El tema es un tabú, pero es urgente ponerlo sobre la mesa y destinar recursos para que seamos capaces de alcanzar, como mínimo, un estado de bienestar individual en el cual podamos adquirir conciencia de nuestras propias habilidades, afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera y contribuir efectivamente a nuestra comunidad.
La desesperanza está matando juventudes.
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