Taracena, Manuel Conde, Giammattei, Arévalo y este escribiente venimos del mismo centro educativo: el Liceo Guatemala, que ha sido una fábrica de protagonistas del período democrático. Se trata de una institución educativa de menos profundidad en valores que el Liceo Javier o el Monte María, y hasta cierto punto, de ideología anticomunista, pleno de maristas educados en esos tiempos bajo la égida del falangismo español en la dictadura franquista. Hay que tener claro eso para entender a estos personajes. Además, ambos –Conde y Taracena– vienen de familias herederas de la contrarrevolución, que acabó con la primavera democrática.
Las pocas veces que pude hablar francamente con Álvaro Colom no confiaba en Taracena Diaz-Sol. No me lo explicó claramente, pero sí era evidente que Colom miraba con suspicacia a sus diputados, principalmente los distritales, que dominaban el recinto parlamentario desde el período previo a la victoria uneísta. Los pasajes y eventos que puedo testimoniar de esos ambientes congresiles, invitado por el malogrado exrector Eduardo Meyer, no me recuerdan extremos como las recurrentes dádivas y extrasueldos que Taracena menciona hoy, con esa maquinaria aceitada de 40 millones de quetzales anuales, y que opera como relojito, incluyendo la cuenta corriente que el antihéroe Miguel Martínez tiene sobre cada diputado afiliado al Mecanismo. Pero sí existían ya atisbos de clara y dura corrupción en la propia bancada y en sus aliados.
Una vez hablando con Taracena me aclaró las prácticas de Gustavo Alejos para mover dineros de un lado a otro. Alejos fungió como un efectivo comprador de voluntades, siendo uno de los artífices de la cohesión congresil de ese tiempo, a costa de dádivas diversas. Fungiendo como Secretario Privado de la Presidencia, su recinto era componendas a donde acudían los más variopintos políticos, y no digamos empresarios y oligarcas, que bien se sabe que son quienes mueven las pitas, como animar marionetas, del entramado político. Muy bien recuerdo que el exdueño de Tigo era un asiduo asistente de las oficinas públicas, acompañando invitaciones a su coto privado de telecomunicaciones, para implorar que las actualizaciones tributarias no tocaran sus giros de negocio.
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Tales patologías y corruptelas ya venían in crescendo desde los tiempos de Alfonso Portillo y el eferregismo, cuando surgió el IVA PAZ y todos los artilugios para impulsar lo que cualquier buen académico con un ápice de economía política llamaría «intentos de acumulación originaria de capital» con una cobertura más abanicada que los monopolios de las rancias familias de la oligarquía tradicional. Y bien sabemos que la acumulación de capital lleva «sangre y lodo desde el principio». Así, los partidos franquicia y unipersonales han sido maquinarias de amasar fortunas rápidas apelando a diversos comportamientos inmorales.
Cabe atribuirle a Taracena un positivo momentum desde su alta poltrona en el Congreso en los tiempos de la CICIG de Iván Velásquez. El político pasará a la historia con ese medallón dorado.
Bien lo dicen los grandes autores de la filosofía moral: lo económico ha colonizado el mundo de la vida. La historia nos ha conducido a una trivialización de la democracia. Hay una decadencia acelerada de la misma y sólo basta voltear a ver a la Argentina con el ascenso del psicópata y desviado social apellidado Milei.
Vivimos, nos dice el argentino Dante Palma, en el Gobierno de los Cínicos. Se trata de democracias idiotas. El propio desprecio por la política impulsa a quienes dominan a servirse de ella como escalera. Se trata de mediocres y pobres diablos que nada lograrían en el mundo competitivo de hoy en día. Se trata de castas, Tenía tanta razón Bertolt Brecht: «El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina y de los remedios, dependen de decisiones políticas».
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