El pasado sábado 14 de agosto era un día de tregua acordado –no sin complicaciones– por los atomizados movimientos callejeros de extracción popular en pro de la democratización y en contra de la corrupción. Mientras los clasemedieros de CAES (así se abrevia ahora un área de más o menos 25 km de lotes residenciales alrededor de Carretera a El Salvador) manifestaban en contra de los bloqueos, liderados por personajes de la ultraderecha chapina, un movimiento repentino surgió en el atrio de la iglesia barroca La Merced de La Antigua: se trataba de la presencia del no bien ponderado Miguel Martínez, símbolo de la corrupción actual en el medio. El escape bochornoso de la ceremonia católica acaparó las tendencias de las redes sociales.
Plaza Pública, ese mismo día, publicó un artículo de calidad investigativa, escrito por Francisco Rodríguez, con información de Ferdy Montepeque y Ángel Ramírez. El mismo se titula «Miguel Martínez fue evacuado en vehículo de contratista que creció en este gobierno». Y es que lo que más llamó la atención de los internautas fue la ostentación del personaje emblema: el arribo y salida de La Antigua en helicópteros que utilizaron el campo de futbol del Instituto Normal para Varones Antonio Larrazábal, de La Antigua Guatemala, la lujosa bolsa Prada de la mamá, valorada en 1,950 dólares, los lujosos carros acompañados de guaruras y el pelotón de acompañamiento de de la Policía Nacional Civil. Toda una colusión de intereses, movida por un ex trabajador de origen humilde de los ingenios de Santa Lucía Cotzumalguapa, venido a más gracias al vaivén político del momento.
Las placas del vehículo que salvó a Martínez al salir de la Merced son de un holding privado que ha recibido jugosos contratos gubernamentales y municipales ,y que exhibe un enjambre de empresas ligadas con compañías de la construcción, en donde dan la cara también sencillos prestanombres y en donde la información mercantil, plagada de anonimato, no permite indagar quiénes son los cabezones o peces gordos detrás del entramado.
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Variopintas deducciones se podrían plasmar sobre lo acontecido el sábado, a partir de la proveniencia de los bienes hoy en usufructo de Miguel Martínez y su familia. Pero las investigaciones del cuarto poder en un fin de semana no se comparan a las que por ley debe llevar la Contraloría General de Cuentas de la Nación –entidad que tiene más auditores contratados por metro cuadrado que ninguna otra organización del país–, o bien a las investigaciones necesarias del Ministerio Público de otrora, que llevaron a la desaparecida Cicig de Iván Velásquez a destapar verdaderas cajas de Pandora.
Lo cierto de todo esto es que ya sea en el campo de lo público, o de lo privado, lo que se observa hoy son amplios vasos comunicantes cargados de riqueza malhabida, que tiene innumerables efectos en el comportamiento del ciudadano de a pie y que denigran a la política pública, provocando, además, una desigualdad creciente.
Bien nos lo dice el analista social mexicano Mauricio Guzman Bracho al interpretar el malestar social en la transmodernidad: ¡El mundo está indignado! Hay inconformidad social porque las desigualdades se muestran a flor de tierra y resulta vital entonces poner en claro los elementos del malestar y la indiferencia contemporáneos, según nos lo hacía ver también el crítico social norteamericano Wright Mills, autor de La élite del poder y La imaginación sociológica.
Hay inconformidad social y, además, reacciones populares por doquier. Las mismas pueden ser anárquicas o bien muy organizadas, o una mezcla de ambas. Mientras estos hechos sucedían en La Antigua, en la Franja de Gaza las acciones y reacciones eran de tales dimensiones que movieron amplias manifestaciones a miles de kilómetros de allí, y motivaron a las autoridades políticas y militares estadounidenses a ponerse en estado de alerta.
Los medios y la desinformación bien se ocupan de confundir causas con consecuencias, y ello es así porque la sociedad de la información a la vez que puede ser un paladín para la buena educación informal, también se ocupa de alimentar la indiferencia y la estupidización en la rebelión de las masas.
Lo cierto de todo esto es que el costo de la corrupción y la avaricia de una minoría rebasa con creces en la Guatemala de hoy el costo de los bloqueos y de la insurrección espontánea de barrios populares; desde la colonia Bethania, pasando por los barrios de Mixco, hasta las protestas en Tacaná, Totonicapán y Cuatro Caminos, entre cientos de barrios más.
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