La idea de una Historia ridícula de Guatemala, hasta donde sé, la tuvieron unos estudiantes de Ciencias Sociales de una universidad privada del país. Posteriormente, alguno la ha mencionado y comentado en otros espacios. La culpa no es mía, vaya. Aunque ahora la retome.
En un grupo se ha recordado la idea, se ha jugado con ella y se han discutido distintos episodios que podrían formar parte de esa historia ridícula. El proyecto se presta para una serie de gruesos volúmenes que incluirían desde figuras presidenciales y sus dichos (con figuras de la talla de Jimmy Morales y de Óscar Berger) hasta una sección dedicada a expresiones artísticas (esculturas de Micky Mouse o de Godzilla que adornan distintos municipios del país), por ejemplo.
Haciendo trabajo de archivo, encontré El libro de las efemérides [1]. Entre otros capítulos, hay una narración sobre la muerte del general Justo Rufino Barrios que sirve a esta modesta contribución.
Hay que recordar que la figura de Barrios es parte de los personajes y sucesos que se han enseñado en clases de historia. Su importancia para la memoria se evidencia, entre otros signos, en monumentos y en su rostro impreso en el billete de cinco quetzales. Cualquier habitante del país habrá oído hablar de su importancia y de su muerte ejemplar y gloriosa.
El caso es que en distintos momentos y ambientes han circulado algunas versiones distintas sobre su muerte. La que se ha repetido en escuelas resalta el valor del Reformador. Pero también es posible hacer otras valoraciones. Hago un resumen de lo que narra Hernández de León.
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En la madrugada del 2 de abril de 1885, Barrios da órdenes de atacar Chalchuapa, cuartel general de las fuerzas salvadoreñas. Tras horas de combate se retira a descansar. En esas estaba cuando un oficial le dice que los jalapas (el batallón Jalapa, su preferido) se niegan a pelear, por lo que Barrios regresa al frente [2]. Hernández de León narra que se produce este diálogo entre Barrios y las tropas:
—Y si yo me pongo a la cabeza de ustedes, ¿entran al fuego? —preguntó el general.
—Con usted vamos adondequiera —respondieron a coro.
—¡Pues adelante, muchachos!
Entran a la batalla con Barrios a la cabeza. Hay fuego y balas cruzando el ambiente. La primera trinchera de los salvadoreños está cerca, Barrios está montado en su yegua y se coloca en una pequeña eminencia del terreno. Resultado: una bala le rompe la clavícula y le atraviesa el corazón. José Ángel Solón exclama, significativamente: «El patrón ha caído». En breve la noticia se propaga y las tropas huyen y se dispersan. La batalla y la campaña de reunificación centroamericana están perdidas.
Hernández de León no es un furibundo conservador. Dice: «La muerte de Barrios es una muerte hermosa; el hombre probó que era capaz de dar la vida por un ideal». Sin embargo, también es capaz de juzgar y decir: «Lo que hizo al ponerse a la cabeza de aquellos soldados fue sencillamente una imprudencia».
Series como Game of Thrones (Jon Snow) o películas como Gladiator (Maximus Decimus Meridius) nos han mostrado a jefes que encabezan a sus tropas en la batalla. Y existen ejemplos históricos, pero quizá no tan abundantes. Además, que un comandante en jefe de un ejército se coloque sobre su caballo en una eminencia cerca de la trinchera enemiga en pleno ataque es, como señala Hernández de León, una imprudencia.
Dicho castizamente: Barrios, ¿valeroso o baboso? Preguntadle a un salvadoreño.
* * *
[1] Hernández de León, F. (1929). El libro de las efemérides. Tomo segundo. «Capítulos de la historia de la América Central». Guatemala: Tipografía Sánchez & De Guise.
[2] Más de alguien calificó el actuar de los jalapas de cobardía o traición. Hernández de León propone otra explicación: la reticencia a atacar se debía al maltrato que sufrían los soldados de parte del coronel Antonio Girón, su comandante, que esa misma mañana había abofeteado a un subalterno.
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