Los que con gusto y emoción durante más de diez años hicieron de Pérez Molina el paladín de su libre mercado no encuentran hoy cómo justificar sus simpatías, como tampoco el apoyo que sin empacho dieron a la aprobación de leyes y disposiciones que abrieron de par en par las puertas a la corrupción. Pocos fuimos los que con argumentos nos opusimos a la concesión onerosa de la terminal de carga de Puerto Quetzal. Los aristotélicos neoliberales aplaudieron la disposición en el fondo y en la forma. Nada de defender los recursos de la nación. Había que venderlo todo a los que saben, dijeron. Dio en lo que dio.
Pocas fuimos las voces que apoyamos a la oposición en el Congreso cuando con vehemencia y argumentos, pero con pocos votos, se declaró en contra de la aprobación de las reformas a la Ley de Telecomunicaciones que ampliaban la concesión a las radios y a los canales de televisión abierta. En ese caso, los dizque defensores del libre mercado hacían sus salvedades, pues decían que eran necesarias reglas claras y de largo aliento para estimular la inversión. Y dio en lo que dio: la ley era el pago de los patriotas y los líderes por los sobornos recibidos anticipadamente.
La Cicig y el Ministerio Público (MP) han cerrado la denuncia sobre los exagerados montos de contratos públicos que las empresas de televisión abierta recibieron a cambio de falsos servicios contratados a las empresas de cartón de Baldetti, pero esa solo es una muestra, posiblemente la judicialmente perseguible. Y el beneficio más amplio de los canales y de las redes de radio fue esa ley, aprobada en el primer año del régimen patriota.
La cacareada libertad de comunicación también ha tronado en pedazos para mostrar que los monopolios son proclives al chantaje y a los sobornos. Salieron a luz los gigantescos y soeces negocios del monopolio televisivo, pero aún no afloran los de las cadenas de radio. Liberalizar efectivamente el mercado de la comunicación implica anular todo posible monopolio, tal y como lo son ahora las grandes cadenas de radio, frecuencias concedidas gratis a militares en los tiempos de Ydígoras Fuentes y Arana Osorio.
Ahora queda demostrado que, cuando hablamos de partidos franquicia, el PP es el ejemplo más claro. Y la detención de oscuros alcaldes complementa el cuadro. La corrupción, como bien dijo el comisionado Velázquez en la conferencia de prensa de este jueves 2 de mayo, está incrustada casi que en el ADN de la sociedad guatemalteca. Y no debemos dejarnos engañar con los que ahora se dan baños de santidad desde medios de comunicación, ocultan sus fortunas en oscuras offshore y no se constituyen en denunciantes legales de los supuestos delitos que alegan en el anonimato. Mucho menos podemos aplaudir a quien, diciéndose que es enemigo de la corrupción y que tiene la salud pública como prioridad, decide trasladar al Ejército los bienes expropiados por extensión de dominio.
En el Congreso se ha abierto de par en par la puerta para que quienes abusaron de su función de representantes públicos y la degradaron sean expuestos a investigación. El reto está lanzado. Los diputados del presidente Morales, como los de los otros bloques, tienen la palabra. Y será con los hechos como demuestren si efectivamente en algo apoyan la transparencia y la dignificación de la política o si, en cumplimiento de sus compromisos previos, se niegan a retirar el derecho de antejuicio a los Rabbé, Fajardo, Crespo y compañía. La actitud del CEN de la UNE es de apoyo público y decidido: los diputados acusados deben renunciar a sus curules, y sus partidos deben retirarles toda responsabilidad institucional y llegar incluso a la expulsión.
En la democracia son necesarios los partidos. No nos dejemos engañar por los aristotélicos que imaginan repúblicas sin democracia. Ellos están en la Grecia antigua, y lo que tenemos que construir es un Estado republicano moderno. Ellos se amparan en disquisiciones filosóficas. En la actualidad, los comportamientos públicos y privados se rigen por principios científicos.
En esta coyuntura tenemos la ventaja de que la depuración en el Congreso la está impulsando el MP con el apoyo de la Cicig. Y no podemos dejarlos solos. Los juicios tienen que ser llevados hasta el final.
Es el momento de exigir la renuncia de todos los denunciados y de presionar a los partidos para que se comporten con decencia. Es cierto que el Patriota, Líder y la UCN son ahora despojos sin estructura, por lo que hay que prestar atención a las supuestas nuevas organizaciones políticas donde los políticos corruptos han ido a guarecerse, las cuales, al socorrerlos, muestran desde ya que no son sino agrupaciones basadas en la defensa de intereses particulares espurios.
Debemos apoyar seriamente a quienes desde el Congreso, el TSE, la CC y la CSJ están tratando de recuperar sus instituciones separando el trigo de la cizaña y evitando tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera. En todos esos lugares hay gente responsable y honesta que ha sabido jugar su papel, y no debemos poner a todos en el mismo saco.
Tanto la UNE como Convergencia pasan por momentos críticos como partidos políticos, pero en ambos casos diputados y dirigentes han dado muestras de estar dispuestos a ponerse a tono con las exigencias sociales del momento. Sus distintos órganos de dirección deberán cuestionar sus prácticas y promover su democratización, pero no podemos hacerle el juego a la maledicencia y ponerlos en el mismo plano que los que no han dado muestras de renovación y cuestionamiento.
Pero también es hora de que el presidente aclare tajantemente si ampara a sus diputados recién comprados o si, a pesar de quedarse a la intemperie, decide insistir en que todos los que tienen pedido de antejuicio sean retirados del Congreso, incluido, claro está, su álter ego con charreteras, Édgar Ovalle.
Los temblores producidos son altos niveles con réplicas casi cada semana. Pero no llegamos aún a terremotos, por lo que, si han caído algunas paredes y algunos tejados de cristal, no podemos hablar de un terremoto. Hay que estar atentos, pues, tanto a los que con artilugios dicen estar a favor de la renovación de la política, pero siguen amparando a los corruptos y a los corruptores, como a los que queriendo llevar agua a su molino se declaran más sabios que los filósofos griegos y quieren regresarnos a los regímenes aristocráticos.
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