«Es la voluntad de Dios», dijo su abuela. Yo creo que la niña murió por un sistema de salud poco funcional para los marginados. Según el Modelo de Atención Integral en Salud, implementado en América latina y en Guatemala con apoyo de la OMS, en las comunidades rurales existe un puesto de salud por cada cinco mil habitantes donde auxiliares de enfermería trabajan para promover la salud, así como para prevenir y resolver las necesidades más frecuentes de salud de la población, utilizando métodos y tecnologías simples, adecuadas a los diferentes contextos culturales del país.
La revista médica The Lancet llevó a cabo un proyecto de análisis de inversión y desarrollo de la primera infancia en países de América Latina. Rafael Pérez, director del Programa de Salud Global de la Universidad de Yale, impulsadora del estudio, afirma que, entre los países del continente, Guatemala es el país que registra la más baja inversión en niños menores de cinco años. «La desnutrición crónica afecta a uno de cada dos niños y niñas menores de cinco años, y la cobertura pública es casi inexistente desde el nacimiento hasta los cuatro años», enfatiza Pérez.
Los programas de inversión social, como los bonos familiares para apoyo escolar, implementados con éxito en países como Brasil, en el nuestro han sido politizados de tal manera que su objetivo primordial se ha descarriado hacia una manera de comprar voluntades políticas. Guatemala, además de tener tan baja inversión en la niñez, posee serias carencias en la cobertura educativa para personas que viven en las áreas rurales de los departamentos del país. Esta fórmula ha traído como resultado graves consecuencias en el desarrollo comunitario.
En las comunidades rurales, las personas no tienen acceso a trabajo. Es sencillo imaginar lo que significa un ingreso en efectivo. Por mínimo que pueda parecernos a nosotros, no lo es para una familia privada de toda clase de oportunidades. Cuando les ofrecieron 300 quetzales por cada hijo que asistiera a la escuela, los padres vieron la oportunidad única de tener un ingreso mensual. Lógico: al tener cinco hijos, obtendrían una cantidad mensual de dinero superior a la que jamás en su vida habrían podido ganar como fruto de su trabajo honrado en el campo. Pero estos bonos fueron desapareciendo paulatinamente, con cada nuevo gobierno, hasta que las familias se quedaron con muchos hijos y sin los ingresos prometidos.
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En una jornada médica a la que tuve oportunidad de ir, en comunidades del Polochic, en Alta Verapaz, médicos estadounidenses dosificaban a los menores en relación con el peso de cada uno. En la cartilla del puesto de salud aparece un registro de su talla en cada consulta. Los datos apuntados diferían hasta por 20 libras del peso real del niño. Eso quiere decir que existe un subregistro del peso y la talla de los niños según su edad, lo que afecta los índices oficiales de desnutrición.
En el puesto de salud les advierten que, si sus hijos no suben de peso, deberán trasladarlos al hospital. No sé como funciona en otros municipios, pero el Centro de Recuperación Nutricional de mi pueblo, a cargo de la doctora Ramos, funciona con servicios de primera calidad. El problema verdadero es que una madre de ocho niños no quiere ser trasladada por verse obligada a dejar solos a los otros siete pequeños. Con poco acceso a educación, su razonamiento le indica que, si el niño come, entonces está bien, así que le implora al auxiliar a cargo que en la cartilla registre un peso mayor al que el niño realmente tiene. Con facilidad convence al encargado, pues obviamente esto le ahorra una buena cantidad de papeleo.
La niña de la ambulancia murió por apatía. La matamos de hambre de una manera lenta y dolorosa. Y seguirán muriendo niños mientras nuestra atención esté puesta en bandas de rock, y no en acceso a educación integral de calidad, en inversión social y en acceso a servicios profesionales de salud.
Como decía don Matías: «Les piden apretarse el cincho y que se bajen los pantalones al mismo tiempo».
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