Y aquí seguimos. Columnistas que, en algunos casos, ni siquiera nos conocemos. Columnistas que seguramente tenemos diferentes criterios en muchos aspectos. Personas ejerciendo ciudadanía desde un medio donde no nos dicen qué escribir y el día que eso sucediera nos iríamos inmediatamente.
Si en la semana de las elecciones muchos titulamos a nuestra columna «Este no es el país que queremos», hoy nos reunimos para seguir el trabajo. Así como se desentierra una gigantesca estela maya tan solo con brochas y pinceles, con nuestras palabras queremos exponer a la hipocresía de la moral con doble fondo, al espíritu perverso de la chapucería seudolegal y a los lobos con piel de pastor de ovejas, entre otras ánimas del bosque de Quauhtemallan del que han huido la Llorona, el Sombrerón, la Siguanaba, el Sisimite y otros tantos porque, afirman, los nuevos inquilinos les causan espanto.
Y hablando de lobos, pastores y ovejas, viene a cuento comentar la apasionada campaña del megaiglesionismo, para llamarlo de alguna manera. Basta con que usted me entienda.
Por las redes sociales hemos visto arengas apasionadas, valientes y lloronas, directas e indirectas, afinadas y desafinadas pero todas proféticas, apostólicas y desinteresadas (no se ría, que esto es serio).
Dejémoslo claro: la Constitución Política de la República establece que Guatemala es un Estado laico. Esto, obviamente, lo saben los pastores de almas y chequeras. Tienen que saberlo porque cada día se meten más en la política.
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Estaríamos contagiados en la pandemia de doble moral si no admitimos que algunos pastores (tanto católicos como protestantes) dicen cosas que endulzan nuestros oídos. En ese caso, tendemos a consentirlo, a celebrarlo y a compartirlo. Reaccionamos negativamente cuando dicen cosas que no nos agradan. Esta es la verdad, así que hay que dejar a los responsables de salvaguardar la Constitución con la tarea de marcar la cancha en cuanto al mandato soberano del Estado laico (ya que acaban de volver a sacar al baile a doña Soberanía).
Establecido que no es tan legal, pero sí socialmente permitido, que mezclen el reino de Cristo (que no es de este mundo ¿recuerdan?) con lo profano, es necesario arrancar algunas máscaras.
Confieso que me complace escuchar a algunos religiosos cuando hablan en contra de la corrupción, a favor de la caridad (fundamento de la fe cristiana) y en defensa de la justicia. Ojalá lo hicieran más a menudo y, sobre todo, más pastores (chequera en mano). Al fin de cuentas, ¿no es por eso mismo que Guatemala —un país histórica y culturalmente conservador— se rebeló, contra todo pronóstico y profecía, y votó por un partido poco conocido?
Pero ojo: hay una enorme diferencia entre esos llamados, propios del evangelio de Jesucristo, y querer atravesarle el carro a unas elecciones democráticas. ¿Dónde está su fe, profetas, sanadores (covid y pobres excluidos) y ATM receptores para depósitos de la prosperidad?
Sobre todo, no usen el doble rasero. Es decir, cambiar de discurso cuando a sus intereses convenga. Ya se les olvidó cuando se rasgaban las vestiduras, en tiempos de Jimmy Morales y del Patriota, porque se obedeciera lo que el apóstol Pablo escribió a los cristianos de la iglesia en Roma: «Sométase toda persona a las autoridades superiores porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que hay, por Dios han sido constituidas» (Romanos 13, 1-2). ¡Hasta lo pusieron a rodar de nuevo antes de la primera vuelta! La mismísima pastora Soraya se escandaliza.
¿Es que desfallece su fe y ya no están tan seguros de que su dios hará lo correcto para Guatemala, por lo que es necesario que ustedes corrijan la divina ortografía?
¿Ya olvidaron que el mismo Jesucristo, aparte de decir que su reino no es de este mundo, dijo también que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios? (Lucas 20, 25). ¿No significa que espiritualidad y mundanidad no deben mezclarse?
Solo se les pide integridad y coherencia.
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