Esta semana, los diarios nacionales e internacionales difundieron la noticia de su renuncia al cargo de juez titular del Juzgado B de Mayor Riesgo del Organismo Judicial de Guatemala.
No hablaré del juez Gálvez (los datos relevantes sobre su carrera se encuentran en la Wikipedia). Prefiero comentarles del licenciado Gálvez, a quien conocí allá por 1993-1994.
Yo tenía mi sede empresarial en el quinto piso de un edificio de la 11 calle de la zona 1, llegando a la 12 avenida. A la vecindad estaba un bufete de abogados. No recuerdo si eran tres o cuatro. A uno ya lo conocía y entre los otros estaba Miguel Ángel Gálvez.
Era quizá el más serio de todos, el más formal, sin que los demás no lo fueran.
Pronto comencé a proveerles de materiales y servicios. Eran buenos clientes. Por la conveniente proximidad decidí contratar los servicios notariales del Lic. Gálvez, Mike para sus amigos.
Siempre fue diligente, puntual y solía dar amplias explicaciones. Brindaba una narración de los procesos en cada caso, hacía estimación de tiempos. Llamaba mi atención que todo lo anterior parecía desmadejarlo de sus manos, que movía como interpretando una partitura en una imaginaria arpa doble. No logré descifrar la codificación de sus gestos, pero bastaba con escuchar sus palabras.
Poco a poco surgió una amistad con mucho respeto. Me gustaba que fuera una persona recta, clara, ordenada y eficiente en la entrega de sus servicios.
En una de nuestras charlas me contó que se sentía de paso en su trabajo de abogado y notario. Era un profesional joven pero ya tenía claro lo que quería: impartir justicia desde una judicatura. Sus colegas respetaban su deseo, pero más de alguno pensaba que no era una buena elección en términos de ingresos económicos.
Unos años más tarde, Mike me citó. Me contó que iniciaría su carrera como juez y que ya no podría litigar ni ejercer el notariado. Sin que se lo solicitara me había preparado un sobre con cualquier documento que hubiera estado en su poder como resultado de los trabajos que había realizado para mí. Todo estaba nítidamente organizado. Viniendo de él, no podía ser de otra manera.
Un año más tarde yo salí a ejercer mi profesión fuera de Guatemala. Cuando retorné ya era el juez Gálvez, sin más. Hará más de veinte años que no hablo con él, pero sí seguí su trayectoria profesional.
Creo que no me equivoqué al juzgar su carácter. Mientras he visto cómo algunos amigos, excompañeros y colegas abandonaron el camino del ejercicio honorable de sus profesiones, Mike se mantuvo fiel a los ideales que lo hicieron soñar con una carrera en el sistema judicial de Guatemala. Es obvio que hizo muchos enemigos durante el ejercicio de sus funciones, pero también muchos amigos y seguidores, aunque hoy sean menos vocales que los primeros. Lamento profundamente su difícil situación actual y las atribulaciones de su familia. Cualquiera nota que, entre todas las acusaciones que le hacen, ninguna es por enriquecimiento ilícito, por haber hecho fortuna vendiendo fallos al mejor postor, por tener vehículos y propiedades con origen que no se puede demostrar. Si eso existiera, hace ya una buena cantidad de años que lo estarían pregonando y el simple hecho de que eso no haya sucedido todavía es evidencia de que en esa veta no había oro que sacar.
Lamento que la gavilla gobernante haya llegado al punto de crear requisitos ad hoc, con dedicatoria exclusiva para que el juez Gálvez no pudiera continuar la senda de la carrera judicial y obtener una magistratura. Yo espero que regrese pronto a Guatemala para ser tratado como se merece y para finalizar su carrera como se lo propuso, sin los atajos por los que otros han terminado moralmente despeñados.
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Fuente: creación propia.
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