Vivimos en un territorio en el que la negación y el cinismo han devenido en política estatal. Ha aumentado la violencia, pero es que así es la nueva normalidad; el Motagua no está contaminado, es culpa de Honduras por estar de bajadita; que salgan los niños a estudiar, pero ya no vamos a comprarles vacunas; en este país somos provida, siempre y cuando los ciudadanos no hayan nacido; bienvenidos sean los refugiados ucranianos, no dejamos pasar a la caravana de centroamericanos para que ustedes puedan entrar…
La corrupción, el hambre de poder y el saqueo constante son fantasmas que recorren el territorio, fantasmas que ya no asustan, con quienes parece que ya nos hubiéramos acostumbrado a convivir, atrapados en un limbo sin aparente orilla.
Aquí se persigue a los trabajadores de justicia que hicieron su trabajo con apego a la ley y se finge demencia. Aquí se criminaliza a quienes defienden el territorio al mismo tiempo en que el nacionalismo se enorgullece del paisaje. Aquí se acusa de depredación cultural a dos mujeres por un grafiti que no hicieron, mientras se le quita el presupuesto a la cultura, se sabotea la feria del libro, se deja en el abandono a decenas de artistas cuya vida y arte eslabonan una columna vertebral intangible que no va alcanzar para sostenerlos.
[frasepzp1]
Hasta aquí siguen llegando noticias de la región que no solo se hermana por territorio compartido. El istmo es un cuerpo enfermo al que, con algunas diferencias, le va doliendo lo mismo. Las apuestas en la ruleta financiera con el dinero de un país, la colectiva necesidad de marcharse para perseguir la vida, la posesión de los gobernantes contemporáneos por el antiguo y familiar espíritu de los tiranos.
Durante los últimos días, llegaron, desde Nicaragua, las noticias del cierre de las entidades que se dedican a las palabras, esas que conforman el idioma, la cultura, la literatura, la vida de su gente, en fin, su voz: la Academia Nicaragüense de la Lengua, El Festival Internacional de Poesía de Granada y el Centro Nicaragüense de Escritores, que dejó como parte de su legado el ganador del Premio Reina Sofía, Ernesto Cardenal. La cruzada simbólica va buscando el silencio en todas sus manifestaciones.
Y viendo que Nicaragua termina en donde Guatemala empieza, hoy me manifiesto en contra del silencio. Lo hago desde la escritura, que viene siendo la expresión más silenciosa de las palabras. Sé que ellas, desde siempre, han sido condenadas a que se las lleve el viento, pero también sé que, quizá, no han tomado en cuenta que el viento pueda llevarlas mucho más allá.
Más de este autor