La derecha entró en crisis, pues, en lugar de asumir con seriedad el comportamiento corrupto de muchos de sus líderes, cerró filas para defenderlos. La izquierda evolucionó de posiciones intransigentes a propuestas progresistas, coherentes y realistas, lo que permitió que, luego de dos elecciones nacionales sin mayoría absoluta, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) construyera un gobierno de coalición con Unidas Podemos.
Las nuevas generaciones socialistas consiguieron que finalmente el PSOE dejara de ser la muleta izquierda del régimen neoliberal que asoló no solo a España, sino a toda Europa y al llamado mundo occidental. Un gobierno de claro corte progresista paso a paso se está consolidando, como ya sucede en Portugal desde hace cinco años, como comienza a vislumbrarse en Argentina.
En España, las posiciones de izquierda son mayoría. Sin embargo, la diversidad de corrientes y la existencia de marcadas diferencias territoriales hacen que no se conviertan en un movimiento unitario que consolide un gobierno. Por un lado están los anticapitalistas, quienes buscan alcanzar las estrellas sin cohete propulsor, y por otro las izquierdas nacionalistas, que quieren más autonomía y hasta independizar sus territorios.
Porque España no es la unidad indisoluble que se vende en el exterior. Es un conglomerado de nacionalidades mucho más diversas que los 50 estados que forman actualmente Estados Unidos. Conviven con el idioma franco, el español, cuatro lenguas que son oficiales en sus comunidades autónomas y que conforman culturas nacionales particulares. El proceso independentista catalán ha marcado la historia contemporánea española y exige una solución política, y no simplemente la represión judicial y policial que han querido imponer las derechas.
Pero a la vez, como consecuencia del fracaso de las políticas neoliberales en el mundo, la ultraderecha española, esa que siempre ha estado allí medio vergonzante dentro del Partido Popular, ha cobrado alas al dar lugar al aparecimiento y consolidación electoral del partido Vox, lo que ha hecho que las falsas posiciones centristas, que hasta ahora se parapetaban en el partido Ciudadanos, se desenmascaren y reclamen, abiertamente, volver al pasado de terror y autoritarismo de la época franquista, por cierto no del todo superada.
Sin una propuesta clara y coherente para superar las consecuencias económicas y sociales del fracaso neoliberal, las tres derechas españolas (PP, Ciudadanos y Vox), cada vez más neofascistas, se han aferrado a una supuesta unidad nacional absoluta y niegan la evidente diversidad del país. Sin respuestas políticas para el independentismo catalán, más allá de la persecución y represión jurídica y policial, han hecho de este su único asunto de debate y presión y han obstaculizado así cualquier esfuerzo que pueda llevar a la solución política del asunto.
Pero resulta que esto no les es suficiente para obstaculizar el avance de las políticas progresistas propuestas por el gobierno de coalición de izquierda, que cuenta, para su estabilidad, con el apoyo crítico de la izquierda republicana catalana. La xenofobia, copiada del discurso excluyente de la ultraderecha italiana, les proporciona cierto aire adicional. Con intereses legítimos e ilegítimos en América Latina, el asunto de Venezuela se les enreda en las manos y tratan de hacer de la defensa de Guaidó su arma de ataque.
[frasepzp1]
Las oligarquías españolas siempre han tenido fuertes intereses económicos en Venezuela, donde han tejido fuertes lazos comerciales y políticos. La corrupción inveterada en la política venezolana tiene en España no solo su territorio de cobertura, sino sus principales cómplices y aliados. Un exembajador en Venezuela y su hijo han resultado testaferros de quienes depredaron la petrolera venezolana PDVSA. En España radican los principales corruptos venezolanos, y, como recientemente se ha documentado, cuadros del Partido Popular desviaron recursos orientados a apoyar a españoles en Venezuela para financiar sus actividades partidarias en Galicia.
La derecha española, pues, no solo ha usado Venezuela para su discurso de odio contra las izquierdas y el gobierno de Pedro Sánchez. Se ha apoyado en la corrupción y la ha estimulado. Por ello su xenofobia tiene un límite: los venezolanos, a menos que lleguen cargados de dólares y los compartan. Esta derecha no pretende la democratización de la política venezolana. Lo que busca es que, como en el caso catalán, las cosas sigan como están para obstruir con su gritería las políticas del Gobierno.
La sensatez y la objetividad han llevado a que en Europa, y también en España, aquellos que se dejaron engañar hace un año con la cara de niño bonachón de Guaidó y lo reconocieron como presidente de Venezuela ahora lo vean como el representante en el exterior de la oposición venezolana.
Los venezolanos necesitan, como los catalanes, soluciones políticas a sus problemas políticos, pero la derecha española, incapaz de aceptar la existencia de los diferentes, de los otros, no tiene más horizonte que la gritería y la obstrucción.
Es cierto que no ayuda a una solución política de la crisis venezolana la escala técnica que la vicepresidenta quiso hacer recientemente en el aeropuerto de Madrid, pero esto tampoco es un acto de agresión a la soberanía española, como sí lo han sido los actos hostiles de la Policía boliviana, respecto a lo cual las derechas han guardado silencio al no poder culpar a su gobierno.
Los venezolanos requieren de apoyo y solidaridad para resolver ellos sus problemas políticos, que no se solucionarán con intervenciones y bloqueos o condenando a la población al hambre y al exilio. Las acciones terroristas parecen ser la próxima carta de quienes financian la crisis en el país bolivariano y se aprovechan de ella. Es de esperar que en esas acciones no se descubra luego la mano de la ultraderecha española.
Más de este autor