Las alegres verbenas del 2015 y el patrio ardimiento placero parecen diluirse mientras las reformas constitucionales se empantanan. La satanización de la justicia ancestral es solo un pretexto racista y efectivo. En realidad, la intención de los grupos impunistéricos es mantener sus cuotas de poder y evitar que el Estado se libere del control ejercido por los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (ciacs).
Por supuesto, la guerra no está perdida. Pero quienes nos identificamos con el saneamiento y fortalecimiento del Estado debemos superar primero el afán por las candidaturas y los discursos inmaculados.
Le propongo como punto de partida para el debate que la génesis de la resistencia y la articulación política sea el pensamiento crítico. Y justamente esa operación cognitiva nos lleva tarde o temprano a identificar nuestras diferencias y contradicciones. En esa línea de pensamiento, también le propongo tres ejes de discusión en los cuales coexisten posiciones de sujeto que merecen un esfuerzo de articulación:
- Grupos de mujeres y hombres que no están comprometidos con las reivindicaciones feministas. Esto no excluye otros desencuentros o antagonismos entre mujeres. Nos toca a los hombres la empatía y el deseo de construir entre iguales una sociedad incluyente.
- Ladinos, mestizos e indígenas enfrascados en dinámicas interdiscriminatorias que nos impiden asumir un proyecto incluyente. Para mi caso, el mestizaje cultural resulta fantástico. Pero todavía hay un camino que recorrer para ladinos y mayas. Las reformas constitucionales son apenas una muestra.
- Obreros, campesinos, personas que viven en la informalidad y empresarios antioligárquicos. Todo, por diferencias de clase y por las distancias irremontables del capital cultural. Por supuesto pesan los privilegios, que contrastan con las penurias de las mayorías. Una transformación del sistema implica, acaso, que mis privilegios se reduzcan, pero habrá ventajas al vivir en un país más seguro, en un ambiente más digno y sostenible.
Los tres ejes mencionados arriba albergan contradicciones y antagonismos internos. En los tres hay reivindicaciones históricas e indispensables para construir una propuesta política. Del mismo modo, habrá posiciones civiles diversas que no es posible abarcar en este espacio, pero que deben tener una voz.
Finalmente, la tapa del pomo es que para la mayoría no hay un enemigo visible que combatir. Estamos hegemonizados por el consumo, la banalidad y la idea de que este sistema neoliberal puede ser más humano y sostenible. Por lo tanto, aun alcanzando una articulación política entre grupos sociales, entre hombres y mujeres, entre oprimidos y pequeños empresarios, en el 2015 la gente en la plaza cantaba el himno y se creía la utopía de que todo puede estar mejor sin superar el sistema neoliberal.
Dejémonos de fantasías. No habrá candidaturas inmaculadas. Siempre habrá figuras que les fallen en algo a las mujeres, a los mayas, a las clases trabajadoras, a los empresarios antioligárquicos, a los ambientalistas o a cualquier otro sector. Pero un modelo de democracia radical puede mantener los espacios para que cada grupo mantenga su bandera, su voz y su agenda.
Recuerde. Las ultraderechas y las derechas la tienen más fácil. Simplemente nos ven al resto como la subalternidad que se debe domesticar. Y hasta el momento han tenido éxito.
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