Como lo está la abrumadora mayoría de los países que se mantienen en el marco del capitalismo. Salvo un exagerado 10 % de la población mundial, que vive en las prósperas potencias capitalistas del Norte con relativa tranquilidad, la gran mayoría global pasamos penurias.
Ahora, más allá de maquillajes mediáticos, el país sigue con su pobreza crónica (70 % de habitantes en pobreza) y golpeado de forma inmisericorde por el coronavirus, que muestra el colapso real del sistema de salud. ¿Es el presidente el culpable? ¿Hasta cuándo seguiremos con el mito de que el presidente de un país es el responsable de lo que allí sucede? Es la lucha entre las clases sociales enfrentadas (capital-trabajo) la que dinamiza la historia humana. Los presidentes son los administradores de turno.
Hay matices, claro. En México, el actual mandatario aparece a nivel mundial como el mejor evaluado por su público. ¿Qué significa eso? ¿Que López Obrador sacará a la nación azteca de su situación histórica? México es un país capitalista pobre, dependiente de la gran potencia vecina, con enormes diferencias económico-sociales en su población, con altísimas cuotas de violencia y con una profunda cultura patriarcal. ¿Puede cambiar eso algún presidente? Hay diferencias de estilo entre los distintos capataces, sin duda. Pero la estructura permanece. El ejemplo de México se repite en cualquier lado.
Es creencia repetida hasta el cansancio que los presidentes, en este engendro confuso y perverso que se nos presenta como democracia (pretendido gobierno del pueblo), son los que mandan. Esta idea, cargada de una ideología antipopular, mezquina y entronizadora del individualismo, ve la historia como producto de grandes hombres. Vale la pena, al respecto, repasar esa maravillosa poesía del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, Preguntas de un obrero que lee. Allí, mofándose de esa creencia centrada en los grandes personajes, entre otras cosas se pregunta: «César derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?».
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Debe quedar claro que la historia no la hacen los individuos aislados, no depende de una persona en particular. La historia la hacen las grandes mayorías en su dinámica social. Los personajes, como diría Hegel, son parte de un infinito teatro de marionetas. La expresión falsamente atribuida a Maquiavelo de que «los pueblos tienen los gobiernos que se merecen» debe entenderse en el sentido de que la dirigencia expresa, simboliza, deja ver lo que es la base. Si toda Latinoamérica, por ejemplo, tiene gobernantes tremendamente corruptos e impunes, eso es una expresión sintomática de una historia que abarca a toda la población, herencia de la corrupta Corona española. Si es cierto que los diputados de Guatemala son una sarta de bochornosos corruptos, ¿de dónde salen? ¿De otro planeta acaso? ¿Quien está leyendo esto nunca dio una mordida, manejó bolo un vehículo, compró facturas para evadir a la SAT o copió en un examen? Lo que se trata de decir es que la historia nos trasciende y determina.
Los personajes pueden contar: no es lo mismo Giammattei que Putin o que Fidel Castro, por ejemplo. Pero eso no decide todo. Los mandatarios, en las democracias capitalistas, son una expresión de los verdaderos factores de poder, de quienes detentan la propiedad de los medios de producción: tierras, empresas, banca. ¿Quién da las órdenes a quién?
Ejemplifiquemos: en Guatemala regresó esto que llamamos democracia en el año 1986. Ya pasaron muchos presidentes elegidos democráticamente: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano Elías, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Óscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez Molina, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei más dos que llegaron por mecanismos administrativos: Ramiro de León Carpio y Alejandro Maldonado. ¿Algún cambio para el populacho? ¡Ninguno! Continúan la pobreza, la exclusión de los pueblos originarios, el patriarcado, la corrupción y la impunidad.
Otro ejemplo: Estados Unidos. Pasaron presidentes: John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton, George Bush hijo, Barack Obama, Donald Trump, Joe Biden. ¿Qué cambió en lo sustancial para el ciudadano estadounidense medio (Homero Simpson)? ¿O para nosotros en Latinoamérica, su virtual patio trasero? Nada. Estados Unidos, no importa con qué gerente, siguió siendo una potencia rapaz, belicista, imperialista. Las decisiones finales las toman los grandes capitales.
La crisis de salud de Guatemala es producto de una historia. El gerente de turno solo la puede agravar o, en el mejor de los casos —como ahora en México—, gestionar no tan desastrosamente.
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