No se refiere a mí, habla del exabrupto de un funcionario público que le soltó una palabrota a una reportera que le interrogaba sobre los gastos de su despacho.
Y más allá de que esta persona a quien le tengo cariño salga en defensa de la moral y las buenas costumbres y se rasgue las vestiduras al ver palabrotas publicadas, a mí lo que me inquieta es esa vocación que tienen (tenemos) los periodistas para la indignación escandalosa.
Quizá es que como a mí me gusta publicar palabrotas me siento como en la necesidad de salir en defensa del ministro. Pero la verdad es que insultar a un entrevistador es uno de esos errores que se cubren en los primeros 20 minutos de cualquier media training. Aunque, visto lo visto, es de suponer que el hombre jamás ha cursado uno de esos seminarios en los que le enseñan a la gente pública a tratar con reporteros.
Responder una pregunta incómoda con un insulto es el equivalente de bajarse de la camioneta a mear y aliviarse sobre una de las ruedas con la esperanza que nadie se dé cuenta, solo para descubrir que al contacto con los frenos el pipí se vuelve una nube hedionda que todo lo envuelve y lo deja oliendo a uno como esas casas donde viven muchos gatos.
No, lo que me intriga es esa vocación que tienen los periodistas (en todas partes del mundo, no solo en la aldea del terror) para ser pacatos, para poner el grito en el cielo y, más aún, de comunicarle a toda persona en el mundo que están indignados y que todo el mundo debería indignarse al unísono con ellos. ¿Puede usted creer? El ministro dijo ¡puta! Es más, el hombre soltó tamaña vulgaridad cuando le estábamos contando las costillas… ¿puede usté creer el descaro?
De lo que no se da cuenta el ministro, que al parecer además de vulgarote es falto de luces, es de que es una bendición que llegue un periodista a preguntar por esas nimiedades. Que si se gastaron dinero en café, que si despilfarraron dinero en un pastel, que si las boquitas y que si la fiesta del día del cariño.
Es una bendición porque en la medida en que los medios dedican reporteros a perseguir esas notas, quedan menos recursos para hacer las preguntas verdaderamente importantes como, por ejemplo, ¿cumple su función el ministerio de trabajo?, ¿por qué?
Si yo fuera el ministro de gobernación, por ejemplo, estaría más feliz respondiendo sobre la compra de bandejas de miltomate y melocotones en almíbar que sobre la penosa situación de seguridad, los motines en las cárceles y los encostalados que aparecen con frecuencia en las aceras.
Deberían estar felices los políticos porque en la medida en que los medios usan material generado por bancadas parlamentarias y otras fuentes políticas para basar sus notas, pierden control de la agenda informativa y se limitan a reaccionar a lo que los políticos desean que se diga en los medios.
Queda, sin embargo, una posibilidad por explorar. Puede que el ministro sea más listo de lo que parece y se haya querido aventar una chuza. Por un lado, el hombre compra banalidades con fondos públicos, luego en lugar de abordar los verdaderos problemas de su despacho se ocupa de contestar preguntas sobre si compró comida para una reunión o un pastel y encima, para el triple play, insulta a la reportera, el medio y sus lectores.
Supongo que eso solo lo puede hacer un tipo muy ingenuo o muy audaz. Digo, uno puede escandalizar a la audiencia de esa forma solo si uno sabe que además de fácilmente indignados, los periodistas también tienen un lapso de atención muy corto y que el exabrupto del ministro se olvida en cuánto venga la próxima gran noticia. Es solo que haya un desastre natural, que vengan unas buenas lluvias o que los mareros presos se despachen un motín y se olvida todo. Eso o que ya empezó la temporada de convivios.
A partir del 15 de diciembre, o antes incluso, la actividad se ralentiza y los guatemaltecos comienzan a pensar en los convivios (algunas profesiones como los periodistas y los visitadores médicos tienen múltiples convivios organizados por empresas distintas a aquellas para las que ellos trabajan), las canastas, los tamales, los atardeceres y el aguinaldo.
Supongo que entre la algarabía de las lucecitas del árbol gallo, los anuncios de Caña Real y B&B en la radio y los convivios, los periodistas y sus lectores tendrán menos ganas de indignarse con las barbaridades que gastan y dicen los funcionarios.
Feliz Navidad.
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