Sumando a ambos, en primera vuelta alcanzaron el 51.79% de los sufragios emitidos. Inmediatamente atrás se encontraban Alejandro Giammattei, con un 17.23%; Eduardo Suger, con 7.45%, y Luis Rabbé, con un 7.30%. Entre estos tres juntaron 31.98%, que sumado al porcentaje de los primeros dos dio como resultado un 83.77%. El resto se dividió entre nueve candidatos y los votos inválidos, para un total de 16.23%.
Entre esos nueve aspirantes figuraban dos que eran abanderados de organizaciones políticas surgidas de grupos insurgentes de izquierda, Pablo Monsanto y Miguel Ángel Sandoval, quienes obtuvieron un 0.60% y 2.14%, respectivamente. No llegaban al 3% entre ambos y de no haber sido porque URNG, que proponía la figura de Sandoval, lograra colocar a dos diputados en el Congreso hubiera desaparecido como entidad política, como fue el caso del partido Alianza Nueva Nación (ANN), que proponía a la figura de Monsanto.
En este contexto también figuraba la señora Rigoberta Menchú, Premio Nobel de Paz, que alcanzó el 3.06% de votos (más que las dos agrupaciones de izquierda). En ese momento, la señora Menchú no se ubicaba en el espectro de entidades de izquierda, ya que provenía de un largo y añejo distanciamiento con dichas organizaciones, además de haber colaborado como “el rostro maya” del gobierno de Óscar Berger, liderado por la visión empresarial.
Lo interesante de los resultados electorales de la señora Menchú fue que mucha de su aceptación se debía a que se unió a la figura de Nineth Montenegro y su partido Encuentro por Guatemala, que logró ubicarse nuevamente en el Congreso junto con otros dos diputados. La agrupación política de Menchú se asumía como una entidad conformada por líderes indígenas; y de hecho, la diputada que logró ubicar era la anterior integrante de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico Otilia Lux.
De 2003 a 2007, los avances a nivel de aceptación de la propuesta electoral de la izquierda no aumentaron significativamente. Rodrigo Asturias (ex comandante) obtuvo un 2.6% y cuatro años después el mismo partido obtuvo 2.14%, lo que podría inferir un voto duro con poca significación. Luego se encuentra la aventura de ANN, que no logró llegar al 1%.
Juegos de números/juegos políticos
El sistema político nacional define claramente, por su estructura clientelar, los intereses concretos de los partidos políticos para hacerse de espacios de decisión. Al quedar en un tercer plano lo ideológico, los intereses económicos prevalecen en todas las esferas. Tan es así que gran parte de las candidaturas navegan en la posibilidad del candidato para financiar su propia campaña y las del partido. Aun cuando la ley contempla la necesidad de asambleas y consultas entre sus afiliados, en realidad el juego político existe como una transacción comercial.
Para la izquierda este juego aparentemente es secundario, sobre todo por sus antecedentes de lucha armada “justa”. Sin embargo, la ANN de 2007 pone de manifiesto el juego de intereses monetarios, cuando acepta dentro de sus filas a personajes provenientes de las filas castrenses que se apuntan a partir de donaciones en efectivo. Eso fue ampliamente criticado en el medio, pero al final poco influyó en los resultados marginales de esta porción de la izquierda.
A pesar de esta marginalidad electoral, varios personajes de esta tendencia lograron ubicarse dentro del gobierno “socialdemócrata” de Álvaro Colom, lo que hizo creer, en algunos medios, que hubo algún tipo de negociación con aquella tendencia política.
En el caso de URNG, los esfuerzos organizativos se centraron en las diputaciones obtenidas y algunas alcaldías que lograron conquistar. Era claro que el nivel de negociación con el Estado era distinto. Incluso así, la voz de la exinsurgencia en el Congreso no dejó de ser muy baja y poco significativa. Más bien los réditos de liderazgo se pelan dentro del partido, compuesto en gran parte por personas que no participaron en el conflicto armado y aun así mantienen a un grupo reducido de dirigentes históricos de organizaciones político- militares, con poco arraigo popular.
En estas elecciones 2011, el asombro se asomó cuando la señora Rigoberta Menchú se logra ubicar como candidata de una coalición de partidos de izquierda, a pesar de haber renegado de ella después de haber obtenido el Premio Nobel en 1992, lo cual reafirmó con su participación en el gobierno de la GANA y a pesar de no contar con una plataforma partidaria con bases sólidas a nivel electoral.
Los dirigentes a diario están pendientes de las encuestas, a sabiendas de la manipulación mediática de las mismas, pero aún así saben que el panorama difícilmente puede variar en relación a la tendencia que marcan los últimos dos eventos eleccionarios. ¿Qué se puede hacer con menos del 5% de votos emitidos?
Hay una especie de autoengaño cuando se plantea que la oferta de izquierda necesita tiempo para poder posicionarse, sobre todo con más de 30 años de actividad política a nivel nacional, teóricamente “enraizado en reivindicaciones populares” que paradójicamente contribuyó con el trágico conflicto armado interno que afecto con más fuerza a sus militantes y simpatizantes.
Desde 1997, cuando la ex insurgencia alcanza la legalidad amparada por los acuerdos de paz, su aceptación dentro del electorado ha ido de más a menos, algunos podrían atribuir este fenómeno a la creciente cultura electoralista clientelista o, peor aún, a la ignorancia del electorado. Independientemente del cúmulo de razones, es claro que la izquierda electoral no es una opción a nivel nacional.
De izquierda a izquierdistas hay una gran diferencia
Cuando el Gobierno de los Estados Unidos deploraba las políticas emanadas del gobierno de Jacobo Arbenz en los primeros años de la década del 50, ya hacía alusión a “la influencia comunista”, que se ubicaba en algunos funcionarios que aportaban una visión política determinada. Sin embargo, en términos de composición del gobierno, estos eran minoría con influencia en algunos espacios, pero invisibles en otros. La historia se encargaría de magnificar el papel de la izquierda en tal momento histórico.
De 1954 hasta el gobierno de Julio Cesar Méndez Montenegro —de 1966 a 1970— los gobiernos estaban compuestos enteramente por personalidades ligadas a la derecha guatemalteca. No fue hasta el llamado “Tercer Gobierno de la Revolución” que tímidamente aparecen personajes con tendencias más socialdemócratas. Contradictoriamente, se pensaría que las candidaturas militares rechazaban de principio tales manifestaciones ideológicas, lo que no concuerda con la candidatura de 1974 del Gral. Efraín Ríos Montt en una coalición de socialdemócratas o de la participación del Dr. Francisco Villagrán Kramer como vicepresidente del Gral. Romeo Lucas García o de la legalización del Partido Socialista Democrático (PSD).
De 1986 hasta el día de hoy, con excepción del gobierno fallido del Ing. Jorge Serrano, en todas las administraciones han existido personas con ideas más cercanas a la izquierda. Mucho más evidente con el gobierno de Arzú, que contó con un delegado que agilizó la finalización del conflicto armado interno, Portillo se hizo de profesionales en puestos clave, especialmente en los temas de desarrollo, cooperación, mujer y agrario. Berger no menos que Portillo, sobre todo en los temas de resarcimiento a las víctimas del conflicto armado; y Colom con el apoyo de Orlando Blanco y otra serie de personajes en temas de seguridad y justicia. Los últimos tres gobiernos llegaron, incluso, a realiza alianzas con sindicatos y organizaciones campesinas a las cuales les brindaron financiamiento y poder en espacios de decisión dentro del Estado.
La tendencia de la izquierda, marginal electoralmente, es la de negociar espacios dentro de la administración del Ejecutivo. Para ello, en teoría, se necesita fuerza electoral mínima. Las cuotas de apoyo durante las elecciones son diminutas, pero se puede presentar como disciplinada. Eso reflejaría el nivel clientelar que ha alcanzado la oferta de izquierda electoral.
Pero frente a las tendencias electorales marginales ¿por qué ahondar en una en particular? Pues bien, la izquierda posee algo que UCN, ADN, PU y el mismo FRG no poseen: es signataria de los acuerdos de paz que, en teoría, fundamentan los cambios estructurales del Estado desde 1997. URNG es la agrupación política más longeva, legal desde el fin del conflicto armado, pero activa desde 1982. Adicional a ello, asume frente a un público internacional la representatividad de los “anhelos populares” basado en su historia de lucha, lo cual contradictoriamente no se ha traducido en votos.
Rigoberta Menchú, ¿una propuesta más?
Dos son los grandes temas que la agenda de las entidades de cooperación internacional han presionado a los gobiernos, postcoloniales, de Guatemala: derechos humanos, medio ambiente, mujer y los pueblos indígenas.
La candidatura de la señora Menchú de hoy en día transcurre en medio del arrebato discursivo que implementó la cooperación internacional por parte de partidos de derecha. Figuran dos mujeres como candidatas la Presidencia además de ella y tres como vicepresidenciales, una de ellas en especial es de origen maya kaqchikel, Laura Reyes, que además de asumir su identidad étnica se posiciona como minusválida.
De las candidatas a presidentas una se encuentra por debajo de las preferencias respecto de la señora Menchú y la otra vicepresidenciable de origen maya se encuentra por encima en las preferencias por más de tres puntos porcentuales, en un tercer lugar, lo que dice que a pesar de ser su primera elección probablemente logre ubicarse por encima de una dirigente reconocida mundialmente como la abanderada del pueblo maya.
La figura de Menchú fue construida en gran parte por esa misma cooperación internacional. A pesar de no contar con el reconocimiento local, se convirtió en símbolo y, claro, un símbolo no necesariamente es producto de un consenso popular. Sin embargo, sirvió para que fluyeran los recursos hacia los distintos estamentos institucionales que ejecutan fondos para “el desarrollo”.
Sería extremadamente ingenuo pensar que las preferencias electorales hacia la señora Menchú aumentaran de las anteriores elecciones a estas, si el reconocimiento popular sigue siendo el mismo, y más aún cuando en el escenario político existen otras ofertas que reivindican lo mismo. Se podría pensar que lo que hay detrás de este interés por participar es el simple hecho de mantenerse vigente en el escenario político, lo que le permitiría negociar cuotas, pequeñas pero al final cuotas, de poder frente al que pueda ocupar la silla presidencial. Después de todo, el reconocimiento mundial continua.
Por otro lado, está la deuda moral, una que se adquirió cuando se acepto el Premio Nobel de la Paz en nombre de todo un pueblo (o pueblos) y luego ese mismo pueblo asume que no le es suficiente su oferta política, y por último, la cuota propia de todas las candidaturas, el egocentrismo mezclado con un poco de mesianismo.
Todo apunta a que la candidatura de la señora Menchú por parte de las izquierdas fue poco novedosa, mucho discurso, mucha negociación, poco dinero, poco apoyo del electorado.
Queda en el aire para la discusión académica, ¿cómo estos resultados reflejan una realidad histórica? ¿Será que realmente la insurgencia era representativa a la hora de la “negociación de la paz”?
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