Por tanto, no es de extrañar que la vida urbana de esta ciudad gire en torno a ellos, al punto de crear un verbo para definir ese hábito de ir al barranco. Barranquear era bañarse en el río, era correr descalzo en los senderos, era columpiarse en una liana, era recoger flores silvestres, era jugar a policías y ladrones, era cazar insectos, era tirarse bocarriba en el pasto para ver el zoológico de algodón que se formaba en el cielo, era compartir con otros. Barranquear era el lugar donde todos eran iguales.
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, los habitantes de la ciudad se fueron olvidando de ese lugar de juegos. Así como los niños se van olvidando de sus juguetes cuando van creciendo, así los guatemaltecos fueron dejando de barranquear. Con indiferencia dejaron que los edificios, los centros comerciales, las casas y las industrias contaminaran los ríos de los barrancos. No les importó convertir aquellas quebradas en tiraderos de basura. Permitieron indiferentes que estas hondonadas que otrora fueran un campo de risas y juegos se convirtieran en asentamientos humanos llenos de miseria, hambre, enfermedad y peligro constante. Aquel bello paisaje de laderas pronunciadas, con árboles gigantes y animales urbanos, que invitaba a barranquear como hermanos, hoy los divide y los separa.
Hoy en día, a orillas del barranco de las zonas 10 y 15 pueden verse casitas hechas con láminas de zinc y cartones, desprovistas de toda dignidad y seguridad, donde los niños se bañan con ese líquido espumoso, maloliente y shuco que recogen del riachuelo, mientras que en lo alto de un lado y del otro se yerguen imponentes grandes edificios de apartamentos, centros comerciales y torres de oficinas. El paisaje no puede ser más chocante y humillante. Un llamado urgente que nos cuestiona acerca del futuro de esta ciudad.
Muchas ciudades de Latinoamérica, incluida la ciudad de Guatemala, han fomentado la segregación social entre ricos y pobres: urbanizaciones o colonias para unos y otros, donde unos viven encerrados y temerosos de ser asaltados mientras los otros viven a la intemperie, rodeados de miseria y de hambre. Cada uno se siente extraño y con miedo del otro.
Los parques públicos, en cambio, son un sitio de encuentro, un lugar donde no existen las clases sociales, donde todos por igual jugamos y gozamos. Por eso es importante que existan, que en vez de muros existan parques.
Hace poco un grupo de arquitectos y vecinos se dieron a la tarea de elaborar un proyecto que rescatara el barranco que divide las zonas 10 y 15 de la ciudad, el cual lleva por nombre Jungla Urbana. Se trata de un terreno de alrededor de 40 000 metros cuadrados, más grande que el lago Petén Itzá. Se trata de una iniciativa de Barranco Invertido que busca la recuperación del barranco para convertirlo en un parque ecológico.
Cada dos años, la Bienal del Espacio Público de Roma lanza una convocatoria a presentar proyectos que evidencien buenas prácticas y propuestas de desarrollo del espacio público de una manera innovadora. Guatemala se presentó en la bienal el 25 de mayo con el proyecto Jungla Urbana y ganó el primer lugar en la categoría third landscape.
Ahora, el siguiente paso es recuperar el barranco, hacerlo parque otra vez: un parque donde todos volvamos a barranquear.
Aquí les dejo un enlace para que conozcan un poco más de la propuesta.
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