Hoy, esta semana, este mes y este año, la economía guatemalteca está mal, aunque le digan lo contrario. No se pueden tragar los mínimos ajustes a la baja de la expectativa de crecimiento que hacen las autoridades monetarias. Tampoco cabe que nos digan que la inflación se encuentra dentro del rango previsto o que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido en referencia al pulcro orden macroeconómico.
Muy ordenados, muy ordenados, pero desempleados. No se genera empleo formal en la ...
Hoy, esta semana, este mes y este año, la economía guatemalteca está mal, aunque le digan lo contrario. No se pueden tragar los mínimos ajustes a la baja de la expectativa de crecimiento que hacen las autoridades monetarias. Tampoco cabe que nos digan que la inflación se encuentra dentro del rango previsto o que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido en referencia al pulcro orden macroeconómico.
Muy ordenados, muy ordenados, pero desempleados. No se genera empleo formal en la cantidad que se necesita para pegarse al crecimiento de la población económicamente activa. Muy en la meta de inflación, pero sin tomar en cuenta que el aumento de los precios de los alimentos está llevando a la población más pobre a situaciones insufribles, que ya pueden incidir en niveles de desnutrición aguda sumada a la crónica, creciendo económicamente en números muy pero muy por detrás de lo necesario para formar capital.
Vestidos de niñas de primera comunión en la administración pública, pero en una de las peores carencias de talentos y de experiencia para administrarla, con un nudo de mal entendimiento y de circunstancias adversas que no permiten ejecutar inversión pública, que debe ser el detonante de la inversión privada. Sin brújula, sin mapa, sin rumbo, y cada quien en su trincherita tratando de sobrevivir el aluvión, que, visto de lo intangible a lo tangible, es el mismo que ha dejado desechos la infraestructura básica, los servicios públicos vitales y aquello que se supone que algún día nos iba a dejar caminando rápidos y firmes en el rumbo de la competitividad.
Y no vamos a crecer al ritmo que se necesita porque el motor actual de la economía está en el consumo interno, que se sostiene porque tenemos una alta tasa de natalidad y porque nuestros paisanos siguen migrando a los Estados Unidos y enviando dinero: las remesas benditas que, junto con otros flujos de dólares no tan ortodoxos, aprecian el quetzal y dejan medio inútil el motor económico de las exportaciones, que en el papel de política pública pensamos que es nuestra principal apuesta económica, para la cual nos preparamos firmando tratados de libre comercio que ahora nos llevan a ser grandes compradores en lugar de grandes vendedores (¿y qué esperábamos si en los mercados se vende o se compra?).
«No hay guardia que no se venda ni plazo que no se cumpla». Y, después de varios batallones de guardias vendidos, los plazos se han cumplido, las deudas viejas se juntan con las nuevas y es tiempo de pararse en el fondo del pozo para dejar de estar rascando y decidir si realmente queremos salir de él. ¿Queremos tener una economía sana y de tiempos actuales? Hay que nutrir a las nuevas generaciones. Hay que educarlas. Hay que dignificar al ser humano. Hay que reconstruir la infraestructura productiva. Hay que ordenar el territorio. Todo esto, entre otras cosas que, por si no nos damos cuenta, arrancan de una iniciativa pública. Y ante las carencias actuales, pues habrá que refundar instituciones en función de un sistema y en el marco de un pacto nacional. Pero, para tener credibilidad en los procesos, lo primero va a tener que ser reconocer lo jodidos que estamos. Si nos seguimos dando paja en masa, no vamos a ningún lado. Como con la recuperación del alcohólico o del neurótico, vamos a tener que reconocer que tenemos un problema y que no tenemos el control de la situación en las condiciones en que ahora nos encontramos.
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