«Hablé con la fiscal general de la República, Thelma Aldana, una lideresa que es candidata viable al Premio Nobel de la Paz», afirmó John C. Maxwell el 1 de septiembre de 2016 en su cuenta de Twitter. Acompañó su enunciado con una fotografía posada por ambos y seis personas más con la sonrisa plena. El 4 de marzo de este año, volvió al país y durante su intervención en un seminario se mostró seducido por la personalidad de Consuelo Porras, jefa del Ministerio Público. De ella resaltó: «Es una de las mejores líderes que he conocido en cualquier parte del mundo, … admiro su valentía, es una estrella, gracias por ser una líder valiente».
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Da la impresión de que el expositor profesional tiene particular atracción por quienes ejercen la persecución penal, o tal vez fue casualidad que en Guatemala se topara con una coyuntura que lo vinculó con dos personajes cuya gestión es antagónica, pero que para él resultan dignas de emularse. La realidad es que su reciente apología levantó comentarios que lo dejaron mal parado.
Lo mencionado me permite traer a colación a otro Maxwell, no tan sonriente como el conferenciante, pero que con sus ocurrencias estimulaba carcajadas en quienes lo veían y escuchaban: Maxwell Smart, el Superagente 86, de quien reproduzco un diálogo de la popular serie televisiva de los sesenta y setenta basada en una supuesta agencia de espías que operaba en los años de la Guerra Fría.
Jefe: –Max, no tenemos pistas de dónde pueden ser capaces de infiltrarse. Podría ser incluso el Pentágono. / Smart: –Tiene razón jefe. Pero si ellos pusieran un hombre dentro del Pentágono, eso no significa que él pudiera ser capaz de salir. Recuerdo que uno de nuestros agentes estuvo perdido allí por tres días. / Jefe: –¿Tres días? Max, ningún agente podría estar tan confundido. / Smart: –Bueno, déjeme ver, fui un viernes…
Tan confundido como el Maxwell de Control luce el Maxwell orador que con sus palabras promueve liderazgos, ya que en nuestro país Aldana y Porras solo coinciden en el manejo del MP; sin embargo, por lo demás, ningún reflector las alcanza juntas. En ese sentido, los reconocimientos que él brinda a Aldana y Porras deben evaluarse antes de aplaudirse.
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Y es que siempre es fundamental tener información e identificar a las figuras públicas. Seguramente, cuando Maxwell elevó a la categoría de un Nobel a Aldana, los cercanos y los admiradores de esta celebraron el oportuno «espaldarazo», situación similar a la ocurrida con Porras. En esa línea, si el citado, quien escribe un libro por año, no es un relacionista, podría opinarse que va por los escenarios elogiando sin mirar a quien, aunque es más factible pensar que él y su equipo ofrecen el servicio de echar flores con todo y maceta.
Por ahora, es de esperar que, en cuatro años o antes, el Maxwell orador no regresará para expresar que quien dirija el MP es digno/a de una proyección mundial, pues, como sus halagos son marca «patito», tendría que variar la amplitud de su apreciación, como solía hacer el Max de Control cuando sus aseveraciones no impresionaban. Por ejemplo, le tocaría armar esta secuencia: “Este/a fiscal general merece un reconocimiento continental… me creería si digo que uno regional; …me creería si digo que uno local; …me creería si digo que uno de su familia…”
Al final de cuentas, quienes siguen redes y medios de comunicación deben tener presente que determinadas publicaciones buscan mover auditorios y emociones, y no son pocos los Maxwell incoherentes e inconsistentes, incluso pueden ser parte de una estrategia de persuasión o manipulación. La reflexión es que antes de sumarse al coro, lo prudente es analizar contexto y motivaciones; obviamente, hay actos genuinos, pero también caza ingenuos. Asimismo, quien paga por flores, puede salir muy espinado/a.
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