«La vida de los muertos reside en la memoria de los vivos», frase atribuida a Cicerón, aplica perfectamente a Lucrecia Hernández Mack y a su madre: Myrna.
Conocí a Lucrecia en dos ámbitos, el familiar y el político, que, en el caso de ella, están íntimamente interrelacionados. En ambos, su vida quedó tempranamente marcada por el asesinato de su madre, Myrna Mack Chang, perpetrado por miembros del Ejército de Guatemala, el 11 de septiembr...
Conocí a Lucrecia en dos ámbitos, el familiar y el político, que, en el caso de ella, están íntimamente interrelacionados. En ambos, su vida quedó tempranamente marcada por el asesinato de su madre, Myrna Mack Chang, perpetrado por miembros del Ejército de Guatemala, el 11 de septiembre de 1990. Lucrecia tenía 16 años. Myrna tenía 40 años.
A escasos dos meses de cumplir sus 50 años, Lucrecia falleció la semana pasada, víctima del cáncer, solo cuatro días antes del 33 aniversario más del asesinato de su madre. Los matices trágicos de estas cábalas son muy dolorosos, como puede ser la pérdida física de dos mujeres extraordinarias. En lo personal, duele mucho la partida de Lucrecia, y muy especialmente, el dolor extremo que sufre su señor padre, el insigne médico Víctor Hugo Hernández Anzueto, a quien guardo profundo afecto, respeto y admiración. Siento mucho que mi admirado Víctor Hugo deba sufrir la condición contra natura de sepultar a una hija.
También duele constatar la consternación y la pena de sus tías, la aguerrida Helen y la aguda Vivian, y el resto de la familia Mack Chang, quienes, desde sus roles, posibilidades y sentimientos, asumieron roles maternales y protectores luego de la desaparición violenta de Myrna. Las circunstancias en las que Lucrecia perdió a su madre, y el entorno familiar de sus tías y su padre, se combinaron para pasar del surgimiento de una joven talentosa, intensa, persistente y profesional, a una lideresa indiscutible, reconocida así tanto por simpatizantes como adversarios, un verdadero volcán femenino eruptivo de energía para el trabajo y la lucha política y social.
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En lo político, poco a poco dejó de ser la hija de Myrna Mack, para empezar a ser Lucrecia, astro que no tardó en brillar con luz propia. Su trayectoria política es larga e intensa, con un perfil público cada vez más alto desde su militancia en el movimiento Somos y hasta su partida en el partido político Movimiento Semilla, tornándose un personaje público por su gestión como ministra de Salud Pública y Asistencia Social en 2016 y 2017, y diputada de la IX Legislatura.
No cabe duda que a Guatemala le ha hecho falta Myrna Mack, y a partir de ahora, le hará falta Lucrecia Hernández, porque durante sus vidas, demasiado cortas, lograron aportes extraordinarios que hoy constituyen un legado valiosísimo para Guatemala. Myrna vive en la memoria social y política de Guatemala y vivió fuerte e intensa en la memoria de su hija, al punto que hoy es estandarte e insignia de la lucha social, de la justicia y de la defensa de los derechos humanos.
Como jugarreta de la vida, especialmente cuando se producen situaciones trágicas, hoy Lucrecia sigue una trayectoria parecida a la de su madre, porque son muchos quienes reconocen y ya siguen su ejemplo y legado. Por algo, durante las honras fúnebres para Lucrecia, Bernardo Arévalo, presidente electo de la República, luego de reconocer su origen en una estirpe «de mujeres fuertes que impactan la sociedad y la transforman», asumió como directriz para su gobierno postulados notables de Lucrecia, como «reconciliar la ética con la política», elevándola al estatus de «referente para que recordemos la importancia de mantener esa brújula ética calibrada».
Más que descansar en paz, creo que Lucrecia Hernández Mack seguirá viva con actividad frenética, persistente e incansable en la memoria de quienes le aman, su familia aguerrida, y la acción de quienes hoy ya ponen en práctica su legado.
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