Si el neoliberalismo como matriz cultural totalitaria fracasó, también fracasó el neoliberalismo como marcapasos ético y, sobre todo, como imperativo político, ¿no es cierto? Esta concepción viciada de la realidad se afirma así como la raíz de todos nuestros males, a la vez que se empeña en no admitir su derrota ante el implacable juicio de una historia en la que ya no cabe.
Lo más preocupantes es que, a pesar de su evidente descalabro, desde el centro urbano del espectro político guatemalteco se habla cada semana con más fuerza de una especie de instancia nacional de consenso o reflexión, pero que se articule con las mismas herramientas conceptuales del neoliberalismo, de modo que diligentemente evitaría ir al origen. ¿Por qué?
¿A quién protegen estos operadores politiqueros de derechas e izquierdas dizque moderadas? Y, sobre todo, ¿quiénes integran estas supuestas instancias de consenso? ¿Son depositarios de representatividad real? A mi juicio, pareciera que estos mal llamados representantes de la sociedad civil están empeñados en no defender a las personas —sus manos, sus nahuales, su tierra y su pan—, sino a la maquinaria que destruye sus formas de vida.
Pero la realidad, amigos, es inexpugnable. El neoliberalismo fracasó. El experimento falló. El intento de trasplantar el liberalismo clásico del campo de la política al de la economía ha demostrado ser imposible. Iván Velásquez dijo hace unas semanas que el pecado original de la democracia guatemalteca es el financiamiento electoral ilícito. Me parece que él mismo pecó de superficial. El verdadero germen de la antidemocracia es la confusión del liberalismo político con el liberalismo económico, es decir, de las libertades económicas con las libertades políticas, las cuales son en realidad incompatibles. Demasiada democracia es mala para los negocios. Mucha libertad y mucha igualdad para los pueblos atentarían contra el sistema colonialista de privilegios. ¡Dios nos guarde de semejante herejía!
Claro. Para el intelectual neoliberal, la culpa es del político por no ser lo suficientemente neoliberal.
Pero el neoliberalismo realmente fracasó desde adentro, por sus propios caprichos y paradojas. A las teorías de sus próceres en Viena y en Chicago se las glorificó como ciencia exacta a pesar de sus muchas inconsistencias, de sus datos inconexos, y muy a pesar de estar saturada de dogma y de presunciones improbadas (esos son los mitos de los que tanto se habla). Sorprende, pues, que sigamos operando en términos neoliberales. No hemos sido aún capaces de reinventarnos. Porque hoy ser anticapitalista no basta. Hay que tener ideas. Hay que crear.
¿O es que fracasó también nuestra imaginación?
De hecho, si el neoliberalismo es la corriente reina de nuestros tiempos, es precisamente porque sus ideólogos y artífices fueron muy hábiles al introducir sistemáticamente sus máximas en el tejido social, mental e institucional de las naciones Estado (desde los años 1930, y con especial fuerza y propósito desde los años 1970) para reemplazar el keynesianismo, el marxismo y cualquier cosa de la era socialdemócrata que oliese a colectivismo u osase cuestionar la voracidad del individualismo absoluto.
En 1992, el autor japonés-estadounidense Francis Fukuyama denunció con mucho entusiasmo el fin de la historia socialista y la consolidación de la única forma de vida posible para el ser civilizado y entendido: el neoliberalismo, con sus nobles promesas de democracia, paz, prosperidad y estabilidad perpetuas. No obstante, sus pomposas ofrendas y augurios se quedaron en superstición. Fukuyama se equivocó, como se había equivocado antes de él Margaret Thatcher al asegurar que no había alternativas al neoliberalismo al comienzo de la década de 1980.
Pues sí hay. Hay alternativas y estamos obligados a imaginarlas.
Permítanme darles un consejo que me ha servido a mí: cuando pensemos en nuevos modelos socioeconómicos, más que pensar como economistas sirve pensar como filósofos de la dignidad humana. Los pensadores del futuro tenemos como misión primordial replantearnos las explicaciones en torno a la acción racional misma. ¿Somos egoístas incorregibles, sin alternativas ni complementos?
En mi mente, el nuevo consenso narrativo debe respetar seis principios fundamentales:
- Que vivimos en un planeta vivo, consciente, finito, interconectado y sin jerarquías naturales.
- Que somos, por diseño natural, altruistas y sociales tanto como egoístas e individuales.
- Que el requisito principal para una transformación social de las naciones es la previa liberación espiritual, psicológica e intelectual de sus ciudadanos.
- Que las instituciones solo pueden trascender si se configuran en torno a las necesidades esenciales del ser humano, no al capital, a sus instrumentos o a sus rentas.
- Que los niños y los jóvenes son el principal activo humano. La nueva historia se debe crear en atención a sus necesidades concretas.
- Que la ciencia y el espíritu —la cabeza y el corazón— no son excluyentes. Decirlo es incurrir en una falsa dualidad, tanto como lo sería hablar de buenos contra malos.
Ha llegado el momento de elegir: ¿neoliberalismo o libertad? No se puede tener ambos.
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Quiero usar este espacio para exhortarte a que vayas a tu colegio, universidad, trabajo o equipo, con tus profesores, familiares y amigos, y hables sin miedo del paradigma económico de nuestros tiempos. Atrévete a llamarlo neoliberalismo y ayúdanos a recordar nuestra verdadera historia, quiénes somos y por qué estamos aquí. Se buscan cuentacuentos.
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