Desde el asesinato de la activista Berta Cáceres hasta el estallido de una bomba en un bus del transporte público, sin dejar de lado la violación a una jovencita en un establecimiento militar de Retalhuleu, el mal, con sus nefastas consecuencias, nos demuestra en cada hecho que no deja títere ni santo con cabeza.
Los sucesos son macabros y las consecuencias peores. Y por favor no se me malinterprete. No arguyo de diablillos entacuchados de rojo ni de personajes con cachos y con olor azufrado. Hablo de esa propensión que tenemos los guatemaltecos, muy marcada en esta época de la posguerra, a excluir todo lo sensible, compasivo y caritativo de nuestro diario quehacer, aunada tal condición a la capacidad de negar la verdad al mejor estilo de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler. Goebbels pregonaba: «Miente, miente, miente, que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá».
De esa cuenta, ahora resulta que a Berta Cáceres la mataron delincuentes comunes, que la violación de una jovencita en el Instituto Adolfo V. Hall del Sur se justifica porque ella tenía amoríos con su violador, que el acto de terrorismo —eso es, y no otra cosa— en el bus de San José Pinula fue producto —exclusivamente— de la actividad de una mara y que todo se solucionará con la aplicación de la pena de muerte. ¡Vaya lógica maliciosa!
Como si esos demonios no fueran suficientes, Jimmy Morales no ha tenido más que una decisión acertada desde que asumió la presidencia, solo una: el nombramiento de Juan Francisco Solórzano Foppa como superintendente de la SAT. ¿Qué pasó? ¿Cómo sucedió? Vaya usted a saber, pero es lo único bueno que ha hecho desde su nuevo escenario, que es el tablado de la primera magistratura.
Como si esos demonios no fueran suficientes, muchos mal llamados católicos han ignorado la llamada del papa Francisco, quien el 21 de febrero de 2016, con motivo de la celebración del Jubileo Extraordinario, suplicó: «Hago un llamamiento a la conciencia de los gobernantes para que alcancen un acuerdo internacional para abolir la pena de muerte. Y propongo a los católicos que haya entre ellos que cumplan un gesto de valentía ejemplarizante: que ninguna condena sea ejecutada en este Año Santo de la Misericordia». Por el contrario, a estos hermanos los vemos despotricando como enloquecidos pidiendo sangre, sangre y más sangre.
Como si esos demonios no fueran suficientes, muchas personas que opinan con el hígado, y no con la cabeza, ignoran que, en lo que a dictaduras y autoritarismos concierne, Guatemala tiene raigambre y herencia. El poder, todo el poder, concentrado en una persona o en pocas personas sin respeto a lo legal y a lo institucional ha sido una constante histórica. Ello ha provocado un bloqueo sistemático a la justicia. También ha implicado la utilización de la violencia en forma descontrolada para lograr sus aviesos propósitos. Así, no se dan cuenta de que ciertos actos que se cometen bajo un cariz de violencia de maras bien podría ser una expresión actualizada de otro tipo de terrorismo para llamar a escándalo, invocar el rasgar de vestiduras y propiciar una militarización en pro de los grupos hegemónicos de poder.
Y mientras esos demonios andan sueltos, el presidente Morales designó para integrar la Corte de Constitucionalidad a una jueza que tiene un cargo ministerial de culto en una secta neopentecostal, lo cual contraviene el artículo 207 de la Constitución de la República. También vetó la ley que castigaba a los ministros y a cualesquier otras personas que manejen fondos públicos por no asistir a las citaciones convocadas por los diputados.
Me pregunto: ¿de dónde vienen entonces los demonios?
Al presidente lo veo muy debilitado como para hacerles frente.
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