El programa en el que Carmen participa se hace responsable de sus gastos completamente, desde alimentación, vivienda y educación hasta cuidado dental. Su participación en un concurso implicaría incurrir en gastos que dicha beca no considera. Por supuesto que para el programa es un logro muy grande que una chica con historial de maltrato psicológico desde su infancia haya decidido voluntariamente participar en un concurso, especialmente porque sabemos que Carmen sufrió acoso escolar por tener una limitación física —posiblemente derivada de un golpe jamás atendido, como todos esos actos que suceden en comunidades rurales y que se diluyen en la indiferencia de la brecha de la pobreza—.
Carmen sabe perfectamente mi opinión sobre el tema de los concursos de belleza. Posiblemente por eso me dijo, a manera de excusa, que la pusieron «como candidata de su grado». Lo que ella no sabía es que mi respeto por sus decisiones supera cualquier intento de adoctrinamiento que pudiera surgir de mi parte. Cuando me preguntó, le aclaré que mi opinión era personal. Le hablé de temas como la cosificación de la mujer, la mercantilización de su cuerpo, la hipersexualización de las niñas y los trastornos de alimentación. Adicionalmente, el hecho de participar en este tipo de competencias implica invertir fondos en elaboración y arrendamiento de distintos atuendos y accesorios. Asimismo, se sabe que contratan maquillistas y estilistas que llegan desde otros departamentos, lo que para ella sería una clara desventaja.
Cuando le hablé al respecto, dejé muy claro que la apoyaría en cualquier decisión que tomara. Ella me explicó: «Yo sé perfectamente que no voy a ganar porque los votos son comprados, pero yo nunca creí que me creyeran capaz de participar y mis compañeros me propusieron. Así que, sabiendo que no voy a ganar, quiero probarme a mí misma de cuánto soy capaz. Quiero experimentar qué se siente». Me pareció un objetivo claro y realista, aunque no pude evitar molestarme muchísimo por conocer la mecánica de comprar el concurso.
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No quisiera arremeter contra el establecimiento en el que estudia porque, lejos de ser una entidad tradicional, ha implementado cambios educativos importantes, aun por encima de colegios reconocidos en la región. El centro está abierto a escuchar sugerencias, es inclusivo y hasta ha tomado posición clara en temas de acoso escolar e impartido educación sexual y reproductiva a padres de familia. Sin embargo, como establecimiento educativo, no está libre de las exigencias sociales que perpetúan tradiciones naturalmente arraigadas y que nos cuesta identificar como causas generadoras de violencia. Es ahí en donde surge mi cuestionamiento.
Supongamos que el concurso se basa solamente en los temas que dice calificar —aunque sepamos claramente que no es así—. Presumamos que se basa en el talento musical, en la oratoria, en la seguridad personal, en el mensaje y en los atuendos. Para comenzar, como en el mismo caso de Carmen, las condiciones físicas, psicológicas y económicas no son las mismas que las de otras señoritas, lo que lleva a cuestionar que se trate de un concurso justo. También cabe mencionar que el mensaje que transmiten las participantes casi nunca expresa un pensamiento personal, sino un mensaje genérico redactado por alguna persona allegada con habilidad para escribir. Estoy segura de que Carmen pudo haber dado un discurso mucho más hermoso y auténtico que el que su maestra le redactó. La cuestión entonces es: ¿cuál es la finalidad educativa que se persigue?
¿Realmente deseamos perpetuar el hecho de premiar la apariencia o el dinero por sobre los logros femeninos? ¿Queremos continuar reduciendo a las mujeres a meras figuras estéticas que carecen de opinión y de presencia intelectual en la sociedad? ¿Pretendemos dejarles el mensaje de que se valoran más el brillo y el encanto de los trajes, el maquillaje, las sonrisas y el contoneo que su talento, su habilidad, su inteligencia y su creatividad?
¿Debería esto ser revisado por la cartera de educación?
Competir por una corona que en realidad es vendida es una manera clara de corrupción a costa del bienestar emocional de las alumnas mismas.
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