Es lo que ha pasado con la corrupción en Guatemala y en los países periféricos. Desde niños se nos enseña con las prácticas que solo se puede tener riqueza, poder y prestigio si somos tramposos, si nos aprovechamos del puesto del tío o de los parientes. Porque no hay forma de que se escoja a los mejores. Se privilegia a los serviles tanto en el sector público como en el privado. Los de arriba siempre hacen trampa, pero exigen a los de abajo que cumplan con todo, que bajen la cabeza, con lo cual estimulan la competencia desleal y las prácticas corruptas.
Solo en sociedades de ese tipo gente como Giordano, Alejos, Ubico o Lau Quan pueden llegar a regir el Legislativo. Solo individuos como Felipe Bosch, Salvador Paiz, José Miguel Torrebiarte o Fraterno Vila pueden presumir de rectores de la economía luego de financiar ilegalmente la elección del actual presidente en un más que evidente fraude electoral.
Los corruptos dicen que hay que combatir la corrupción, pero sin pagar ellos las consecuencias de sus corruptelas. Quieren salir siempre en caballo blanco culpando a los otros, yendo a misa y a los desayunos de oración con los predicadores de la teología de la prosperidad para ganarse el cielo, como antiguamente sus ancestros compraban por montones las indulgencias.
Todo ello queda más que al desnudo en la entrevista de Enrique Naveda a Iván Velásquez publicada aquí, en Plaza Pública. No hay cómo no sentir náuseas de estos supuestos líderes nacionales, capaces de hundir todo un país con tal de mantener no solo sus privilegios, sino también sus ilegítimas ganancias.
Pedían un borrón y cuenta nueva, una ley de punto final. Prometían que, ahora sí, de ahora en adelante iban a portarse bien. Decían que la culpa siempre es de los otros que les piden mordida para darles contratos y cumplir con los pagos, pero solo quieren que los otros paguen por sus culpas. Ellos no. Ellos pueden decir y hacer lo que les venga en gana.
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Desde el Cacif imponen prácticas económicas dañinas para toda la población y descalifican y persiguen a jueces y fiscales que intentan hacer cumplir la ley. Pero son incapaces de establecer un mínimo código ético para sus asociados y dirigentes.
Gastaron millones financiando el lobby contra la Cicig y otro tanto, legal, pero también ilegalmente, para imponernos presidentes, diputados y magistrados. Lo que les interesa es seguir ganando sin importar si el país está cada vez más quebrado.
La Cicig demostró en su lucha contra la corrupción que, como muchos suponíamos, los grandes capitales se han hecho a la sombra de los fraudes, del tráfico de influencias, del compadrazgo y del nepotismo. Por ello ahora hacen y rehacen comisiones legislativas para supuestamente juzgar los delitos del comisionado y de sus colaboradores en la búsqueda real y desesperada de imponer su relato de los hechos. Puestos en evidencia, y algunos de ellos tras las rejas, quieren tapar el sol de sus delitos con el dedo de su propaganda, esperanzados en que, pasado el tiempo, nadie se acuerde de que se enriquecieron con la trampa y el soborno, financiando ilegalmente campañas electoras para controlar a los gobernantes en su beneficio.
Modificar esos comportamientos resulta más que imposible, por lo que lo único que queda es construir nuevas mayorías, navegar contra corriente para impedir que el relato de los impunes y corruptos se imponga, tratar día a día de ganar aliados para la lucha contra la corrupción y el amaño político y económico.
Lamentablemente, esto se dice fácil, pero resulta más que complicado porque todos quieren que los demás vayan tras de sí. Todos los bienintencionados quieren ser ellos los que reformen el mundo, por lo que por ahora es imposible construir diálogos sinceros, ya no se diga programas conjuntos.
A estas alturas de nuestra historia, y en la coyuntura presente, lo urgente es que los sectores contrarios a la corrupción, convencidos de que hay que sancionar a los que ayer, hoy o mañana hayan delinquido, dialoguen entre sí y construyan procesos comunes sin importar que cada quien tenga sus propias plataformas y organizaciones para llegar algún día al poder.
La Cicig apenas le quitó el disfraz al payaso. De nosotros depende que este deje de hacer payasadas.
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