Nuestra parte en los hallazgos del estudio es conocida: en 2015 Guatemala estuvo en la absoluta cola de los países de Latinoamérica en recaudación de impuestos (12.4 % del producto interno bruto versus 22.8 % del promedio regional). Somos, además, uno de solo cinco países en la región que redujeron su porcentaje ese año respecto al anterior. Vamos para atrás. Esta reducción se explica casi completamente por reducciones en impuestos al ingreso personal, a las utilidades y a las ganancias de capital.
El estudio nota que, en Guatemala, la proporción de ingresos recolectados por impuestos a las empresas es la sexta más alta de la región (19.6 % contra un promedio regional de 15.8 %). A la vez, la proporción de ingresos por impuestos a la renta personal es la tercera más baja en la región (3 % versus un promedio de 9.1 %). Además, Guatemala tiene uno de los porcentajes más altos de informalidad en la región (más de 65 %, cuando el promedio regional es un ya alto 55 %), que dificulta marcadamente recaudar impuestos.
La baja carga a las personas y la alta informalidad, anota el estudio, explican que se recurra a impuestos a productos específicos y al valor agregado (el IVA), lo que hace que todo mundo pague igual. Así, el país recauda mucho de sus ingresos a través del IVA (38 % de todos los ingresos fiscales), comparado con el promedio regional (28.4 %). Esta mala solución acumula injusticia sobre injusticia, pues es una parte onerosa de los pocos ingresos de los más pobres. Aún así, comparados con la región recaudamos menos de la mitad (46.4 %) de los ingresos que teóricamente podríamos captar con el IVA debido a elusión, evasión y exenciones. Somos unos chambones fiscales.
El informe cierra con la historia del cambio en los tributos. Salvo Panamá (que tiene ingresos del canal), todos los países de la región incrementaron su carga tributaria entre 1990 y 2015. Solo seis países, incluyendo Guatemala, estaban por debajo del 10 % en 1990[1]. De ellos, los otros cinco subieron entre 5.8 y 16.4 puntos porcentuales. Nosotros apenas subimos 3.4 puntos porcentuales. Se lo pongo con crudeza para tomarlo en serio: llevamos años practicando ser chambones fiscales.
Los panelistas hicieron muchos y muy interesantes comentarios sobre el estudio, centrados en convertir la información en políticas efectivas. Aquí apenas destaco algunos de los retos que identificaron. Primero, ante el desbalance entre impuestos a personas y a empresas señalaron la importancia de reducir la carga a las empresas para fomentar la inversión productiva. Pero subrayaron que ello no ayuda si a la vez no se incrementa el impuesto a la renta personal. Esto disgusta a las élites económicas, que ocultan su riqueza en las empresas. Pero, francamente, tampoco gusta a la clase media, que vive del salario y siente que el Estado no le responde.
Segundo, remarcaron que sin reforma fiscal no iremos a ninguna parte, pues es indispensable tener más recursos para áreas como salud, educación, vivienda o infraestructura. Pero, tercero, que de nada sirve impulsar una reforma fiscal simplemente por la necesidad de recaudar más. Si el intento por mejorar la recaudación no se acompaña de una mejora en la gestión —reducir la corrupción, mejorar la administración fiscal y, sobre todo, mejorar los servicios públicos—, la resistencia a tributar no cambiará. Cuarto, que debemos incrementar la formalidad para ampliar la base tributaria, pero que hoy formalizarse es un costo enorme para las personas. En Guatemala los trámites onerosos y los bajos ingresos hacen que formalizarse equivalga al 100 % del ingreso de quien hoy trabaja en la informalidad.
Ángel Melguizo, director de la Unidad Latinoamericana del Centro de Desarrollo de la OCDE, sintetizó el reto afirmando que en reforma fiscal no habrá caminos fáciles ni resultados prontos para la región. Esto importa especialmente para nosotros. Mejorar la recaudación y la inversión pública no será fácil, no será indoloro y no será a corto plazo. Sobre todo, porque recaudar impuestos depende de que haya algo a que aspirar, algo en que creer. Se tributa a un Estado del que nos sentimos parte. Pero hoy Guatemala, este proyecto de las élites, no representa algo deseable para la enorme mayoría, para los pobres y la gente en la informalidad, para los indígenas e incluso para la clase media.
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[1] De menor a mayor carga en 1990: Paraguay, Ecuador, República Dominicana, Bolivia, Guatemala y Nicaragua.
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