Un libro a veces cumple la función de adorno. Es, también, objeto de decoración en escenarios, en películas, en obras de teatro, en casas donde los colocan en sendas libreras con sus tapas duras o colecciones de cuero con las letras de las portadas finamente trazadas. Son suaves al tacto, de ellos emanan inefables olores de tinta recién estrenada, hojas de belleza inexplicable. Suenan pequeñas ráfagas de viento al pasar de una a otra hoja, quedan ahí, en ocasiones, pequeños fragmentos delatores de lectores poco cuidadosos, o quizás llenos de coraje porque a propósito dejan huellas que delatan que sus ojos y sus manos, y todos ellos, pasaron por sus palabras.
Un libro es evasión. Es una mirada a otro mundo (al menos el del autor) y la incertidumbre de sus palabras que a veces coinciden en el abundante océano de la vida de quien lo lee.
Un libro es deleite, gozo de sus ritmos, que son vaivenes en momentos en que la vida es un crisantemo de luciérnagas que ilumina noches sin fin.
Un libro es denuncia. Es cuchillo, daga, espada: corta, hiere, lucha. Es voz que clama. Es mostrar una realidad oculta.
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Un libro es historia. Es memoria individual y colectiva. Es proyección del futuro, instante fugaz y presente. Es dar a conocer cómo antes, ahora y tal vez después, bajo circunstancias distintas, quizás bajo situaciones similares, hay caminos por recorrer, batallas que luchar, pasos qué seguir.
Un libro es divulgación de un momento y un espacio determinados: de una ciencia, de una imagen, de un viaje, de un descubrimiento.
Un libro es cultura. En él quedan plasmados, ya sea a través de dibujos, de letras antiguas o actuales, lo que un grupo social fue y es desde el inicio en que plasmó su acontecer sobre piedra, papel o madera.
Un libro es compromiso. Es darse cuenta de una realidad que enaltece o duele y ante la cual surge la impostergable tarea de tomar la decisión de decir sí o no. Es transformarse a sí mismo y a los demás.
Un libro es alimento. Es un espacio que nutre en épocas de escasez y oscuridad, que reconforta en los aciagos días grises de la rutina a cuestas.
Un libro es amor. Es relación entre dos, entre tres, consigo mismo. El amor como la fórmula para transformarnos y transformar.
Un libro es sorpresa. Es aullido. Es materia. Es intangible. Es luz y sombra.
Un libro es un símbolo. Está lleno de miradas traviesas y ocultas que nos hacen guiños que a veces tardamos en descubrir y que en ocasiones ignoramos a propósito, porque simplemente nos negamos a seguirlos o no los entendemos.
Un libro es belleza. Es una de las obras más representativas de la civilización, la culminación de eso que solo la experiencia humana recrea, la que permite su autenticidad perdurable.
Un libro es esperanza. Ahí donde ya se perdió el camino hay senderos que abre el libro lleno de aliento para continuar en el afán diario con fuerza y entusiasmo.
Un libro es refugio. Sus páginas son abrazos para corazones desconsolados y solitarios. Sus palabras son hálito de amor para quien ha sido abandonado. Sus hojas son consuelo, porque muestran realidades incluso más terribles de quien las lee.
Un libro es consuelo. Es fuerza redentora ahí donde ya no queda esperanza. Sana, acompaña, abre puertas, genera confianza.
Un libro es una oportunidad. Es posibilidad. Es creación. Es contingencia. Es encrucijada. Es abismo. Es nube. Es lluvia. Es Sol. Es Luna. Es ternura. Es almohada. Es bastón. Es respaldo.
Un libro es constelación. Es dardo o consuelo. Es frío o calor. Es cielo o infierno. Es lugar común y o sitio inaudito.
Un libro es un libro. Nada más y nada menos.
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