Paseando por Morales, Izabal, en la aldea Mariscos optó por interrumpir una clase de alumnos de tercer grado primaria. Sin decir agua va, introdujo su interpretación de la geografía (política) e hizo que un niño dibujara el mapa del país. Irresponsable, como lo ha sido en todas sus acciones y actividades, grandes o pequeñas, trascendentes e intrascendentes, Morales decidió corregir al niño por la no inclusión del territorio de Belice en el mapa de Guatemala afirmando: «Siempre nos vamos a acostumbrar a dibujar Belice. ¿Por qué? Porque nosotros estamos en un proceso muy importante. Estamos aclamando [sic] este territorio. Vamos a ir… Mejor dicho, nosotros ya fuimos a una consulta popular. Ellos van a una consulta popular, y posiblemente vamos a ir a una corte internacional para poder definir el tema [sic] de la propiedad de ese territorio».
Morales omitió decirles a los niños, y en consecuencia a la sociedad guatemalteca en general, que Guatemala ya ha reconocido la existencia del Estado de Belice, al grado de que hay representaciones diplomáticas de ambos países, plenamente reconocidas por el otro, para nada semejantes a las del venezolano Guaidó. Belice es un país vecino al que las reclamaciones territoriales guatemaltecas le impiden desarrollarse a cabalidad, pues la parte más grande de su frontera es con Guatemala.
Cierto: la consulta popular es para que las poblaciones de ambos países acepten que el diferendo territorial lo resuelva la Corte Internacional de Justicia. Y Guatemala insiste en reclamar la totalidad del territorio, pero, considerando la situación social y política actual, apenas podría demandar algunos territorios próximos a Izabal y algunas aguas territoriales.
Cumpliendo con lo acordado, y más por la presión internacional que por convicción propia, el Gobierno de Guatemala realizó finalmente la consulta popular el 15 de abril de 2018, en la cual, a pesar de la ilegal propaganda que por el sí hizo Jimmy Morales, apenas participó el 27 % de la población con derecho a voto y el 96 % de dichos votantes marcaron el sí.
Si se es coherente con lo sucedido durante más de dos siglos, y si lo que se quiere es promover la paz y llegar a un arreglo amistoso respecto al asunto de Belice, es necesario asumir que desde agosto de 1991 Guatemala reconoció al Estado de Belice, por lo que cualquier reclamación tiene que ser, cuando mucho, por una parte del territorio que no incluya, obviamente, las ciudades donde la población posee una identidad sociocultural beliceña, para nada vinculada con la guatemalteca.
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Pedirle a la población que incluya el Estado de Belice en el mapa político de Guatemala, además de ser una clara provocación a los vecinos (pues quien lo promueve es el mismo presidente de la república), es un enorme contrasentido porque se está promoviendo una visión totalmente contraria a lo que paso a paso se ha venido construyendo y aceptando.
La demanda por el territorio de Belice ha sido siempre una cuestión política de los sectores más conservadores de la élite económica del país. El abandono en el que se encuentran todas las poblaciones peteneras limítrofes es una evidencia de que a dicha élite nunca le ha interesado el bienestar de la población, sino el perjuicio de los vecinos.
Los chapines podemos dibujar en todas partes Belice como parte de Guatemala, que eso no hará cambiar un ápice la realidad política y social de esos territorios. Es necesario insistir en que Guatemala nunca ha tenido el mínimo control político de esos territorios, por lo que considerarlos parte integrante de la geografía nacional no pasa de ser una falacia que, en el caso del presidente Morales, se traduce en una demagógica provocación que los vecinos verán como razón suficiente para suspender la realización de su consulta.
Posiblemente Morales sueñe con prácticas y comportamientos abusivos y autoritarios, como los de los sionistas con relación a los territorios ocupados, pero con ello olvida no solo la vocación negociadora que durante décadas ha demostrado Guatemala y que ya es parte de su cultura, sino también la debilidad del Estado guatemalteco para hacer efectiva su presencia en la zona de adyacencia, que hace evidente su incapacidad para atraer hacia sí a la población beliceña.
Es de esperar que el magisterio guatemalteco tome este discurso presidencial como una cantinflada más de quien alguna vez fue cómico y que siga educando a sus alumnos en la aceptación y el reconocimiento de los derechos de los otros, y no solo de los intereses de los poderosos, con la seguridad y la claridad de que Belice no es de Guatemala, por lo que no puede aparecer en su mapa político.
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