En semanas recientes hemos conocido una parte de la historia detrás de la emisión de al menos dos títulos académicos falsos con todo y sus correspondientes registros. La Universidad Da Vinci (UDV) y sus autoridades están en el ojo público nacional e internacional.
No pondré los acostumbrados enlaces de internet a la fuente de información. Basta con entrar a un buscador y con digitar algo como «títulos falsos magistrados da vinci» para obtener una cincuentena de referencias.
Es necesario poner el caso actual en contexto. Y a ese fin sirve perfectamente el reportaje de Nómada publicado en marzo de 2018. Ahí encontramos la historia de la universidad y algunos antecedentes de los problemas actuales.
A manera de hiperresumen, la UDV fue autorizada por el Consejo de la Enseñanza Privada Superior y fundada oficialmente en el año 2012. Su crecimiento en unidades académicas, sedes y número de estudiantes es meteórico. La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de esa universidad es la que más abogados y notarios produce en el país. Su programa de graduación acelerada brinda el ansiado desatasco a quienes no se han podido graduar en otras universidades a pesar de haber terminado sus estudios (esto no tiene que ser necesariamente malo).
La existencia de una facultad de ciencias jurídicas abre las puertas para que cualquier universidad tenga derecho a participar en procesos que, por gran desgracia, se han convertido en epicentros de la corrupción política, de la operación de redes de tráfico de influencias y del encaminamiento del país a un destino de Estado fallido. Los procesos a los que me refiero son la elección de fiscal general del Ministerio Público y de magistraturas de las salas de apelaciones del Organismo Judicial, de la Corte Suprema de Justicia y de la Corte de Constitucionalidad, es decir, el andamiaje mismo de la administración de justicia.
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Visto lo visto, la participación de los delegados y de algunas autoridades de la UDV en los procesos recientes ha resultado ética y jurídicamente condenable.
Sobre el caso más reciente, un comunicado del Consejo Directivo resalta que «los órganos de dirección central de la universidad están tomando las medidas administrativas y académicas pertinentes, a manera de realizar las acciones correctivas y los cambios necesarios, con efecto inmediato. Es importante recalcar que es inaceptable cualquier actuación individual contraria a nuestros estatutos, procedimientos, normativas y valores establecidos […] Por lo tanto, reafirmamos el compromiso, respeto y apego a nuestros principios y valores, los cuales son un baluarte de la labor que realizan todos los miembros de nuestra universidad».
No conozco a las personas del mencionado Consejo Directivo. El nombre de las autoridades no se publica en la página oficial de la UDV, aunque sí aparecen los nombres de las personas que ejercen decanaturas (a excepción de la correspondiente a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales) y algunas vicedecanaturas. Solo conozco, vagamente, al rector. Lo encontré hace algunos años, cuando él era vicerrector de la Universidad Galileo. Estuve en una reunión en su despacho y me causó muy buena impresión. Me pareció un profesional joven, dinámico y ambicioso en el buen sentido. Su expediente académico es de alto nivel: tiene tres maestrías y un doctorado. Salí de su oficina con la percepción de que le interesaba la promoción de la ciencia, de la educación y de los negocios en esos campos. Me invitó a llevarle para discusión algún proyecto educativo innovador. No lo veo desde aquel día. Menciono esto porque hoy, leyendo los postulados de la UDV, cuadran con la percepción que tuve de su actual máxima autoridad.
La universidad está en una situación difícil. Sus problemas parecen orbitales, y las causas apuntan a lo estructural. El riesgo reputacional ha dejado de serlo para convertirse en eventos erosivos de su credibilidad, de su legitimidad y de la filosofía académica. Si el cáncer que debe tratar ha contagiado ya a autoridades, guardianes de los fines y valores, a estudiantes y quién sabe si hasta al personal operativo, las decisiones no serán fáciles, pero al fin del día estarán alineadas a los principios y valores de la institución, tal y como dice su comunicado. Falta conocer las decisiones.
Metido a opinar, la facultad enferma de cáncer debería cerrarse, con todo lo que implique.
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