Los hay desde personas muy respetables, de alto nivel académico y con una trayectoria de vida incuestionable, hasta aquellos que viven en las periferias de los partidos políticos o en los bordes externos (y extremos) de los grupos que se conforman alrededor de los mandones que se autonombran políticos o los designan a dedo las fuerzas del lado oscuro. Están allí agazapados, esperando un huesito temporal (la candidatura) que podría, con suerte, convertirse en un huesote durante unos cuatro años.
Esa categoría política (la perversa), con diversas codificaciones como precio, capacidad de gritar, capacidad de payasear y de mentir, es la que ha hecho perder a los guatemaltecos la esperanza y la que ha provocado la idea peligrosa de que no votar es la mejor opción.
[frasepzp1]
Sin embargo, como un signo de esperanza, hay otra clase que está marcando impronta en muchos partidos políticos, comités cívicos y asociaciones afines. Se trata de una generación de personas muy jóvenes y unos pocos adultos jóvenes que decidieron dejar el oficio de pega-papeles, coloca-vallas y mandaderos de los mandones para constituirse en candidatos desde casillas que no tienen posibilidad alguna de obtener los votos suficientes para alcanzar un puesto de elección hasta otras que, aunque son las menos, sí podrían lograrlo. Con relación a quienes no tienen la posibilidad de alcanzar el puesto para el cual están compitiendo, tienen clara conciencia de ello y de que su participación es para ocupar los lugares que les permitirán tomar experiencia más allá de la pura verborrea (que no llega a retórica) de los candidatos de siempre que allí están, corriendo cada cuatrienio detrás de su propia cola o emplazándose como ejemplo de aquella cita bíblica que reza: «El perro vuelve a su propio vómito y el cerdo, aunque lo laven, vuelve a revolcarse en el cieno». (2 Pedro, 2:22).
El contraste es mayúsculo, me refiero a la dicotomía ente los marrulleros de larga data y los jóvenes que se inician. Y se pueden encontrar, en la nueva generación que comienza en la política partidista, tres características, dos de ellas consoladoras y una no tanto, pero que se puede revertir. Veámoslas.
1. Son casi todos estudiantes de pregrado o recién graduados de las diversas universidades del país.
2. Han hecho acopio del llamado que se les ha formulado desde la cátedra para ser agentes de cambio en Guatemala.
3. Algunos, ante su aparición en el escenario político, están siendo tentados por la vieja guardia (o son descendientes de esa vieja guardia) para seguir los pasos de esa marisma que los invita, ofreciéndoles el oro y el moro, a mantener el estatus de la carroña.
No la tienen fácil. Ellos saben que caminan en un borde peligroso y esta condición, la de saber en qué terreno se mueven, se convierte per se en una fortaleza, aunque prevalezca la amenaza. También están convencidos que son, a futuro inmediato y mediato, la mejor o la única opción que le queda a Guatemala.
La mayoría de grupos conformados en nuestro país bajo la denominación de «partidos políticos» no tienen ideología, sus dirigentes locales escasamente pueden emitir opiniones relacionadas con las coyunturas nacionales y muchos son analfabetas funcionales. Por esa razón, la oxigenación de esos grupúsculos por medio del arribo de jóvenes universitarios (de pregrado o recién graduados), es una esperanza no exenta de riesgos (para los jóvenes) pero una esperanza.
Entiéndase entonces: es el tiempo de los jóvenes. Confiamos en que sepan utilizar el discernimiento para librarse de esa corriente que, a manera de alfaque, jala, mata y devuelve porque no podemos continuar en ese tipo de bajío.
Más de este autor