Una metáfora por demás obvia, pero acertada

Mi oficina queda en una zona donde antes vivían los ricos y los que querían aparentarlo en grandes casas con gigantescos terrenos y que en los últimos cinco años se ha poblado de edificios de apartamentos donde viven  guatemaltecos de buen pasar y extranjero que vienen a decir que hacen o a hacer activismo. A todos les gusta vivir bien.

Total que no han terminado una obra y ya están comenzando la siguiente. Justo enfrente de mi oficina, había dos casas donde alguna vez vivieron familias con dos o tres criadas, perros y guardianes.

Ya todos sabíamos que las casas caerían. Pero nada podría prepararnos para lo que pasó hoy.

Así, todos sabíamos que mi vida iba a cambiar pronto. No sabíamos cuando, pero sabíamos que el cambio era inminente.  Cuando volví de Austria en octubre, con los planes -cambiados- ya estaba claro que habría cambios.

Primero vinieron los hombres. Unos con martillos, rompieron los vidrios. Otros se llevaron los inodoros. Otros más las puertas y todo lo que era fácil de quitar. Ya no había marcha atrás, estaba claro. Pero siempre quedaba la ilusión de que la casa estaba allí, reparable.
Primero entregué mi apartamento, luego vendí el auto, luego me dieron la visa de trabajo. Poco a poco fui arrancando pedacitos de mi vida, destruyendo mi morada en Guatemala, para irme al viaje que vendrá.

Ayer me confirmaron que el 14 de Febrero tendré que presentarme en Dallas para conocer a mi nuevo jefe.  Ya no hay marcha atrás. Tengo que cerrar todo en Guatemala, dejar mis asuntos en orden.

Hoy vinieron unos hombres, traían un tractor enorme.

Después de medio día, de un solo movimiento la gigantesca garra arrancó de cuajo los dos árboles que hace dos o tres décadas plantó la familia en ese jardín donde alguna vez jugaron niños.  Luego, como si nada, de dos putazos abrió un boquete grande como la pantalla de un cine de barrio en la pared del frente.  Los azulejos amarillos de un lado y verdes del otro indicaron un baño.  Un baño de esos espaciosos, cómodos, con una tina grande de los de antes donde aún podías verte toda la cara en el espejo. No como ahora que estás a un palmo del cristal y te tienes que afeitar por secciones.

El operador sigue rompiendo las paredes, el techo. Poco a poco todo va quedando en escombros.

Para el fin de semana, todo será un recuerdo y, junto con mi abogado, habremos redactado un exquisito testamento.

J.

November 12, 2010